“Porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis; estando desnudo me cubristeis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y consolarme” (Mt 25:35-36).

Háblame Señor, y yo presuroso acudiré a tu llamado, así fuera tu voz sólo un silbido lejano producto del viento a tu paso, al rozar la cumbre del árbol más cercano al cielo, yo sabré entender lo que quieres de mí; háblame Padre, así me encuentre cansado o agobiado por algún tormento, porque al escucharte recuperaré de inmediato todo mi vigor y con él la salud, para poder cumplir con tu mandato. Háblame Jesús, cuando las dudas asalten mi fe, y con ello pretendan quebrantar tu divina voluntad, porque al escucharte, de inmediato recordaré que mi voluntad es tuya, y todo lo que soy te lo debo a ti.

Señor, hazme un instrumento de tu fe, sean mis palabras el suave consuelo, y el mejor remedio para aliviar a aquellos que padecen el dolor en el alma, los que se sienten abandonados aun estando en presencia de sus seres amados y que esperan de ti el milagro para vencer el miedo que los ha paralizado y no les permite ver que tú estás obrando a través de aquellos a los que les has encomendado  velar por la vida y la salud de sus hermanos.

Habla Señor, a través de mis manos, y sea al divino contacto, la medicina que tanto ha esperado aquélque teniendo fe, aun duda de tu poder, sea pues tocado por ti y sea salvo de cuerpo, de mente y de espíritu.

Háblame Señor: “En verdad os digo: Siempre que lo hicisteis  con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25:40)

Que en cada hombre o mujer de buena voluntad, en cuyo corazón resida la semilla del amor y de la fe, vaya el poder de sanación,  producto del amor de Cristo por sus hijos en la tierra, para poner salvo y sano a aquellos que necesitan serlo y estarlo. Bendito seas por siempre Señor, bendita sean las familias y todos nuestros Domingos Familiares.

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