“Estaban, al mismo tiempo junto a la cruz de Jesús, su madre y la hermana o parienta de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre y al discípulo que Él amaba, el cual estaba allí, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19:25:26).

En una ocasión, Invité a mi madre a mi casa, y mientras María Elena preparaba la cena, me acerqué a ella para escucharla mejor, porque quería decirme algo, entonces me comentó lo siguiente: Hijo, por qué me dolerá tanto la pequeña llaga que tengo en mi pierna, no me explico por qué una lesión de ese tamaño, puede causar tanto dolor. Esa lesión la había acompañado por varios años, y por ello recibió múltiples tratamientos, teniendo épocas de mejoría y recaídas. Curiosamente, había notado que las recaídas coincidían cuando existía un dolor aún más intenso que el que le provocaba la úlcera; en esa ocasión, tratando de darle una explicación diferente a la que ya muchos médicos le habían dado, y que no dejaban satisfecha, le dije: Madre, seguramente nadie ha podido entender el intenso dolor que manifiestas, porque no lo están sintiendo en carne propia, mas, como bien has observado, se trata de una lesión pequeña, que bien no podría justificar tanto dolor, tal vez, le has estado poniendo mucha atención, y con ello, estás sumándole otros factores para que incremente su intensidad, deberías de buscar en tu interior, para saber qué otro dolor aún más grande, está tratando de hablar a través de esa pequeña llaga; en ese momento, mi madre empezó a llorar calladamente, causándome por ello un gran dolor en mi alma. Mi madre y yo sabemos la respuesta a lo planteado, pero ambos tenemos miedo de expresarlo.

Cuando hablo de la soledad espiritual, pienso pudiera ser ésta la causa que provoca el dolor más grande que puede sentir el ser humano, sobre todo, cuando no hemos reflexionado sobre lo vital que es para nuestro ser, el sentir que en la soledad, previa a la soledad espiritual, la causada por el desapego de nuestros seres queridos, nunca estamos solos, pues nos acompaña siempre nuestros Señor Jesucristo; mas, el amor que sentimos por nuestros padres, nuestros hijos, por los nietos, en sí,  por todos nuestros seres queridos, nos hacen olvidar, que hay un amor que nos acepta  incondicionalmente y nos acompaña en los momentos más difíciles de nuestra vida.

Hace tiempo, mi madre sufrió algunas lesiones osteomusculares ocasionadas por una caída, eso la mantuvo postrada en cama por largo tiempo; para una mujer tan dinámica e independiente como ella, el hecho significó un verdadero martirio, y como consecuencia del prolongado reposo, se adicionó un estado depresivo; éste, aunque evidente para todos, resultó poco comprendido para la mayoría, porque resultaba a nuestro entender relativamente fácil de tratar con fármacos, y llevando un adecuado control con el especialista; mas, la depresión se prolongaba a pesar del tratamiento, sin lugar a dudas, esto, nos estaba diciendo que faltaba algo para que se presentara la tan anhelada mejoría; entonces, cada uno de nosotros, sus hijos, le dimos la interpretación a lo que hacía falta, según el alcance de nuestra inteligencia, por ello, las respuestas y la solución, partieron de nuestro cerebro, más no de nuestro corazón, se nos olvidaba que las madres, tienen una conexión indisoluble con nuestra vida, y ellas, como Dios, conocen lo que siente nuestro corazón.

Lo que el corazón de mi madre me dijo en ese momento fue una plegaría, y vi en ella una amorosa súplica, que procedía de mi Señor Crucificado: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19:27) Mi madre no queríaque un hijo, en lo particular, la tuviera en su casa, de hecho, ella había estado de visita en muchas de ellas, y aunque las encontraba a todas  cálidas y acogedoras, regresaba siempre a su hogar, el hogar donde con tanto valor forjó a su familia.

Uno de esos días, en los que suelo caminar mi espíritu por el área verde de mi entorno, con gozo acompañado, al lado de la madre de mis hijos, surgió, sin desearlo, una rivalidad trivial entre nosotros, si bien es cierto, que hay un tiempo para qué los padres contribuyamos a forjar la personalidad de los hijos, nunca es tarde para educarlos en una realidad, el corazón de madre de mi esposa, defiende sin tregua las debilidades espirituales de nuestra prole, y si bien es cierto, y dicho en la defensa, que soy yo el que más pecados suma, en el arrepentimiento sincero, llevo las setenta veces siete nuevas oportunidades, concedidas por mi Padre celestial, y con ellas, su mejor regalo ha sido el perdón alcanzado.

Hay en la actualidad una comunicación confusa, que divide y desune, que sólo llega a una mente desorientada que busca soluciones y salidas fáciles, una comunicación que por ello no es captada por el corazón, y que interfiere con la percepción de una realidad que nos condena a seguir cometiendo errores, a seguir deshumanizándonos, que nos ciega espiritualmente  y nos hace ver inalcanzable la gracia de Dios, una comunicación que nos aleja más del motivo del origen de la humanidad: El amor que Dios tiene por nosotros y el mismo amor que nos pide para nuestro prójimo.

Resucitemos con Jesucristo ese amor salvífico, hablemos y escuchemos con el corazón.

Dios nos conceda sabiduría para saber escuchar a todos aquellos que como mi madre, hablan a través del intenso dolor de una pequeña llaga que tiene su verdadero origen en el corazón, que nos piden a gritos, que no los olvidemos, que los acompañemos en su soledad, una soledad que no se alivia tan sólo con las visitas de un cuerpo que tiene su pensamiento lejos y el corazón dormido; una soledad que no se alivia con alimentos suculentos, sino con el amor que procede de un corazón agradecido; una soledad, que aunque se vista de gala, sigue manteniendo desnudo a un corazón, que quiere que lo arropen con el sincero cariño y la compañía amorosa de quien verdaderamente ama sin condición.

Resucitemos con Jesucristo nuestro salvador, para vencer nuestro egoísmo que nos permite justificarnos, por el hecho de tener también problemas, por tener una familia, que igualmente está creciendo con la falta de valores humanos positivos y  de valores espirituales.

Dios los bendiga,. Bendiga a su familia y bendiga a nuestros Domingos familiares. ¡Felices Pascuas!

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