“Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el término que se le ha prescrito. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó” (Eclesiastes 3:1-2).
¿Estamos acaso en el tiempo de las preocupaciones mayores? La verdad, preocupaciones siempre hemos tenido, y en ocasiones, siendo éstas de menor valía, debido a nuestro miedo, muchas veces las convertimos en grandes problemas, y vivir con la idea de que nuestras dificultades son de tal magnitud que pareciera no tener solución, termina por causarnos un mal orgánico, mismo que con el tiempo, se vuelve crónico, como crónica y perniciosa nuestra forma de plantearnos las situaciones que enfrentamos y que nos exigen, para no caer en especulaciones, emplear nuestras habilidades cognitivas con eficiencia y efectividad.
“Pero por eso no les tengáis miedo, porque nada está encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber” (Mt 10:26)
La vida nos ofrece infinitas oportunidades para acceder a la felicidad, más si permanecemos ciegos y sordos a la palabra de Dios, seguramente iremos dando tumbos por el camino y en cada caída nos preguntaremos ¿Por qué me pasa esto a mí?
Hay un tiempo para todo y el tiempo de reaccionar adecuadamente ante el infortunio ha llegado. Sorprendentemente nuestro cuerpo y nuestra mente han tolerado presiones injustas, por estar sujetos a criterios injustos emanados de personas que adolecen de virtudes para hacer el bien.
Cuando las presiones rebasan nuestra capacidad corporal para soportarlas y amenazan con dañar el espíritu, la respuesta a nuestra crónica desventura está en manos de Dios y el Señor velará por que se haga justicia.
Pidámosle con fe a Jesucristo, nos acompañe y nos auxilie a vencer nuestras tribulaciones, y a responder con bondad a todo aquello que nos incita a la violencia, nuestro pueblo merece ya la añorada tranquilidad, la justicia y la paz.
Bendice Señor a nuestra familia y bendice todos nuestros Domingos Familiares.
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