“Y estrechándolos entre sus brazos, y poniendo sobre ellos las manos, los bendecía” (Mc 10:16).

Y llegaron de varios lugares buscando la sanación, más no podían describir con precisión cuál era su malestar, y su mente se hallaba confusa y por eso su cuerpo sufría, no importaba la edad, ni el tiempo en el que anduvieron caminando a ciegas, ni lo ilustrado que pudieran sentirse, para ser por sí mismos consolados; una evidencia en todos había, se podía apreciar en sus caras un rictus de arrepentimiento sincero, que dejaba entrever su inocencia primaria con la que nacieron; las quejas eran difusas, de aquellas que no se curan con medicamento o que sólo calman temporalmente su sufrimiento; su queja iba más lejos de lo que su voz pudiera expresar, tan lejos, que podía ser escuchada por el que tiene todo poder en la tierra, en el cielo, y en todo lugar. Mientras yo escuchaba con atención, le preguntaba a Jesús: ¿Maestro, qué puedo hacer yo para mitigar ese dolor que aqueja a mi prójimo? mi conocimiento es limitado, y ellos, ya han buscado ayuda en otro lado, ya han probado remedios y fármacos diferentes, ¿Señor, qué puedo hacer por ellos? Escuché una voz en mi interior que me decía: Escúchalos, que la misericordia sea tu mejor medicina, y cuando veas que ya hayan dicho todo, dirígeles una mirada, que sea como aquellas que tú has recibido cuando te sientes enfermo, una mirada compasiva y amorosa, como la que mi Madre te obsequia cuando sales de casa todos los días; después, abre tus brazos y deja salir a tu espíritu para hacerles sentir que los amas, pon tus manos sobre su cabeza y bendícelos en mi nombre, porque no hay nada que yo no pueda hacer por quien cree en mí y me lo pide de corazón.

La mejor medicina hoy y siempre es la que proviene del amor de Jesucristo, no te abandones, no te alejes, sigue creyendo, ten fe y pídele que te sane de todo aquello, que sabiendo es el causante de tu mal, le has permitido que siga reinando en tu corazón, te robe la voluntad y te sumerja en el miedo.

“Id, pues, e instruid a todas las naciones en el camino de la salud, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo mismo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28:19-20).

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga  todos nuestros Domingos Familiares.

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