“Respondióle Jesús: Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven después y sígueme” (Mt 19:21).

¿Quién es perfecto? Perfecto sólo Dios. Entonces ¿por qué siempre estamos viendo la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga que está en el nuestro?

Qué difícil es desprendernos de nuestro egoísmo, renunciar a nuestro falso orgullo y sentirnos siempre dueños de la verdad. ¿Acaso no estamos todos llenos de imperfecciones? ¿Dónde queda la claridad del entendimiento? ¿Dónde la sabiduría adquirida con el tiempo? ¿Dónde el amor por el prójimo?

Qué difícil nos resulta a muchos renunciar a nosotros mismos para seguir al Señor, él no nos pide mucho, nos pide ser felices, pero cómo se puede llegar a ser feliz si queremos serlo sólo nosotros y no velar por la felicidad de otros; si se trata de nuestros padres constantemente estamos cuestionando su autoridad, si se trata de nuestros hermanos, en ocasiones nos dejamos llevar por la envidia; si se trata de nuestro conyugue, de pronto vemos sólo sus defectos y olvidamos sus virtudes; si se trata de los hijos buscamos la manera de transmitirles nuestra muy particular forma de encontrar o allegarse la felicidad. La vedad, siempre olvidamos que existe un sólo camino para ser feliz, y eso se llama amor; si yo amo a mis padres, mi felicidad será hacerlos felices; si amo a mis hermanos, velaré por su dicha y prosperidad; si amo a mi conyugue, mantendré siempre vivo y fresco el amor que nos unió, no olvidando que el verdadero amor vence cualquier reto y asegura la victoria, haciendo prevalecer las enseñanzas del Evangelio de Jesús; si amo a mis hijos, con amor los guiaré, pero no trataré de imponerle los ilusorios métodos para alegarse la felicidad con cosas materiales, porque sin duda los alejarán del amor que encontraremos al seguir el camino, la verdad y la vida.

Qué por qué digo todas estas cosas, porque al no encontrar las respuestas a mi verdad, la verdad de las respuestas las encontré en Cristo, de ahí, que poco a poco he ido renunciando a mí mismo para poder seguirlo, he podido ver mis imperfecciones, mis defectos, sobre todo, aquellos que dañan y hacen infeliz a mi prójimo. Espero que la luz que emana del Espíritu Santo me siga guiando, para evitar más tropiezos.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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