“No se aparte de ti la misericordia y la verdad; ponlas como collar en tu garganta, y estámpalas en las telas de tu corazón, y hallarás gracia y buen opinión delante de Dios y de los hombres. Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu prudencia. En todas tus empresas tenle presente, y él sea quien dirija todos tus pasos. No te tengas a ti mismo por sabio. Teme a Dios y huye del mal.” (Proverbios 3:3-7).

Cuando llegue a tu vida la duda sobre tus acciones, ¿cómo sabrás si estás siendo justo o sólo estás buscando justificarte? Será tu corazón quien te avise, escúchalo a él y no a tu consciencia, porque si tu corazón se siente inquieto, es porque tu espíritu no está en paz, porque a pesar de saber que te asiste la razón, la consciencia buscará la manera de encontrar la respuesta que más le agrade a tu ego; si es tanta la lucha entre el parecer de tu corazón y el reclamo de tu consciencia, pídele a Dios que te ayude a encontrar la respuesta para que salgas de la incertidumbre en la que te encuentras.

Cuántas veces he estado resistiéndome a lo que mi corazón me aconseja, cuántas veces he dejado que mi consciencia sea la que tome la iniciativa y así los demás puedan darme la razón de cómo respondo ante una situación que requiere de tomar en cuenta los valores morales, no es a los demás a quien se juzgará por la falta de sensibilidad ante una delicada situación, sino al que se debate ante la duda y la verdad.

Cuando era niño, pensaba como niño y no dudaba en responder en la forma correcta, la semilla que sembró la Palabra de Jesús en mi corazón cayó en tierra fértil, pero después cuando empecé a pensar como adulto, dejé crecer la cizaña y ésta aunque era reconocida por mi consciencia, a conveniencia, la dejó crecer, porque el mundo cambió para mal y no para bien, pero no me daba cuenta que aunque el mundo cambiara para mal, yo no tenía que hacer lo que el mundo quería, sino lo que quería mi corazón, en donde germinó la semilla del amor que sembró en mí Jesucristo, mi salvador.

Señor, quédate conmigo y muéstrame hacia dónde debo dirigir todos mis pasos, que tu amor siga dando abundantes frutos en mí, para obrar con humildad y no pretender los bienes de la tierra, sino los del cielo.

Que el Espíritu Santo nos guíe y nos ilumine, para caminar con seguridad y firmeza, siguiendo los pasos de nuestro Señor Jesucristo.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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