“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido, pues, conmigo, y yo con él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. El que no permanece en mí, será echado fuera como el sarmiento inútil, y se secará, y le cogerán y arrojarán al fuego y arderá. Al contrario, si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que quisiereis, y se os otorgará.” (Jn 15:5-7).

Quién, que tiene en su corazón amor, no está sufriendo hoy por sí mismo y por los demás, por los más cercanos y por los que están lejos, por los que han enfermado, y por los que estando sanos enfrentan a un enemigo, que lo mismo puede pasar a su lado, como quedarse con él, vivir con él por unos días, y después verse liberado por el mal, o quedarse más tiempo en un cuerpo debilitado por otras enfermedades y tratar de adelantar su fin.

Quién no se ha sentido abandonado, desdichado, huérfano, viviendo momentos de soledad inesperada, tratando de esconder su miedo, ocultando su debilidad, preguntándose, tal vez ¿Dónde está Dios? Preguntándose el ¿por qué de su infortunio? Sabiendo las respuestas, cerrando los ojos a la realidad, olvidando, incluso, que tiene en su haber el poder para vencer a su adversario.

Quién, que habiendo creído tener más poder que Dios, en su momento, envalentonado desafiaba sus preceptos, teniendo como dios su inteligencia, su audacia, su soberbia, su dinero, y hoy yace derrotado, lamentando su mala suerte, olvidándose de que tiene la oportunidad de arrepentirse, de pedir perdón por la ofensa y con humildad aceptar que sin Dios no podrá salir bien librado en la batalla.
Señor! Cuánto tiempo hemos permanecido ciegos y sordos a tu amor y a tu palabra, hoy te pedimos con el corazón en la mano, que tengas misericordia de tu pueblo y sanes todas nuestras heridas, que le devuelvas la salud al que sufre y la esperanza a los que creemos en ti y en tu poder infinito. Señor, te piedad de nosotros y ven a nuestro llamado.

Dios escuche nuestros ruegos, se compadezca de nuestro dolor e ilumine con su presencia la opacidad de nuestra vida.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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