Busqué en la sabiduría del Señor una palabra, para poder definir a las personas que suelen atenerse a las atenciones de otras personas para resolver la mayor parte de sus problemas, pero no la encontré como yo deseaba, después de reflexionar con calma sobre el interés de mi búsqueda, llegué a la conclusión, de que es necesario apreciar con los ojos de Jesucristo la problemática que enfrenta nuestro prójimo, que al sentirse tan desvalido por las circunstancias negativas que enfrenta, llega a bloquear totalmente su mente para poder encontrar la solución a sus problemas.
Era lógico que no encontraría en la palabra de Jesús un reproche, para aquellos que buscan la ayuda, por el contrario, parecía que en respuesta a mi lógica, el Señor me decía, que precisamente me había puesto en aquel lugar y a la hora precisa para que pudiera auxiliar a quien me pidiera la ayuda, y con ello, me pedía también que pospusiera la solución de mis problemas para darle solución a los de mi prójimo. Una lección más, fue la que recibí, al exhibir mi egoísmo buscando aprovechar el tiempo para satisfacción personal.
Cómo me vería cuando me negaba a prestar la ayuda, que las palabras que salieron de la boca de la persona que presenció mi actitud, que incluso cuando sabía que me amaba y esperando apoyara mi respuesta, me dijo en realidad quien era; palabras que inmediatamente me llevaron a un sentimiento de desolación y minusvalía; es triste no conocerse a sí mismo, conocer al verdadero yo, cuántos adjetivos calificativos merecí en aquel momento, borrando de un sólo golpe cualquiera otra acción en beneficio de mi prójimo. Ahora veo por qué Jesucristo no me suelta; él confía en mi bondad, pero ésta no lleva la perfección que se requiere para recibir la oportunidad de la salvación.
Razono mucho buscando una explicación a todo, y cuando me siento herido, me pierdo en la desolación de mis frustraciones, mis miedos y mi egoísmo, caigo y me levanto de nuevo para empezar el trabajo que se me ha encomendado, debería dejar de pensar, para darle a mi corazón la oportunidad de desbordar su misericordia, porque solo así no pediría nada a cambio, ni siquiera el amor de aquellos a los que amo.
Cuántas caídas más tendré que sufrir, no sé, pero aquella mano amorosa que me levanta y aquella voz que me pide que continúe intentando ser mejor persona, seguramente no dejará de ayudarme a resolver este, mi mayor problema, que resulta al final ser la solución para mi salvación.
Dios bendiga a nuestra familia y envíe al Espíritu Santo en nuestra ayuda, porque sólo con su sabiduría, podremos saber quiénes somos en realidad y a lo que debemos aspirar para merecer la vida eterna.
Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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