Un buen día llamé la atención de mi esposa diciéndole: Y si te digo que te quiero, y si aún voy más allá, y te digo que te amo, podrían estas palabras hacerte cambiar. Ella me miró extrañada y me contestó: De qué estás hablando ¿lo dices en serio o juegas conmigo? Te lo estoy diciendo porque me da la impresión de que nuestra vida se ha vuelto muy rutinaria; creemos que todo en nuestra relación sigue igual, como el primer día, pero al menos por mi parte, no deja de preocuparme el hecho de que tienes tantas ocupaciones y preocupaciones, que no te das tiempo para vivir a plenitud lo que un día nos prometimos al unirnos en matrimonio. María Elena percibió de inmediato hacia dónde iría la conversación, y yo, como otras tantas veces sabía lo que me iba a responder.
La vida de muchas mujeres y no pocos hombres, que han desarrollado un gran instinto maternal, gira en torno a los hijos, generando sobreprotección y dependencia, traduciéndose en inseguridad, falta de autonomía y frustraciones.
Las mujeres que se empeñan en sobreproteger a sus hijos, no sólo le restan oportunidad de enfrentar sus vivencias y aprender de ellas, creando una perniciosa dependencia, situación, que no solamente dañan su relación con sus hijos, sino la de su cónyuge. Cuando defiendo el punto, siempre sale a relucir el calificativo de egoísta ¿Cómo es posible que me pidas que deje de apoyar a mis hijos? Si tú no tuviste el apoyo de tus padres, yo no les sacaré el hombro a los míos, ellos siempre podrán contar conmigo; y entonces da por terminada la discusión; pero la palabra egoísta se queda en mi pensamiento, dándome la oportunidad de analizar si la sentencia que recibí me la merezco o solamente estoy enfrentando una situación que no alcanzo a comprender, porque pienso diferente o porque aparentemente mis sentimientos son más conscientes y menos instintivos.
Sin pecar de presuntuoso, me identifico con la idea de que el hombre con plena conciencia de lo que ocurre en el seno de su familia, no solamente tiene el derecho de defender sus puntos de vista, en cuanto a todo aquello que no pueda ser saludable, sino que tiene la obligación de evitar, por la vía reflexiva, el que se pueda dañar la estructura familiar debido a conductas que teniendo una buena intensión, puedan convertir las relaciones basadas en el amor, en relaciones tóxicas.
Tal vez sea un necio por insistir en la intensión de aportar elementos que puedan contribuir a una sana convivencia entre los miembros de nuestra familia, en poner límites saludables entre la interacción de la relación entre padres e hijos, o entre abuelos y nietos, pero no solamente estoy luchando por eso, sino por darle vitalidad a la base de la estructura familiar.
“No busco sólo para mí lo que mi corazón ansía, mi Señor me puso en el camino del verdadero amor cuando te conocí, y sobre esa sólida roca construimos juntos nuestra familia; quien ama mucho, podrá tener también la responsabilidad de enseñar con sabiduría a su descendencia, que se puede seguir creciendo en el amor cuando se escucha a Dios y cuando se tiene la capacidad de escucharse entre sí” (Del libro de citas de Salomón)
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