Hacer que cada día sea el mejor de nuestra vida, no debería resultarnos una tarea difícil, si al momento de abrir los ojos por la mañana le diéramos gracias a Dios por despertar. Tal vez, algunas personas podrían no estar de acuerdo conmigo, porque lo mismo, al ir a la cama por las noches, aún antes de dormir están lamentándose del difícil día que tuvieron, de los retos que enfrentaron, de las ofensas y agresiones que tuvieron que tolerar en el hogar, en el transcurso al trabajo, en la oficina; en fin, son muchas las presiones a que se somete el ser humano, que por ello resulta casi imposible conservarse ecuánime, y sobre todo, recordar la gracia divina que recibe cada día por voluntad de nuestro Creador.

Usted como yo, ya hemos experimentado la desagradable experiencia de tener un despertar complicado, el tener que levantarse tan temprano con la conciencia de que cualquier inconveniencia que entorpezca la planeación del tiempo que hemos estimado, podría generar prisas, y las prisas, se acompañan de una serie de alteraciones físicas y mentales, traducidas por ejemplo, en trastornos en le excreción de los desechos orgánicos, en mala digestión, en somnolencia y reflejos torpes que pudieran traducirse en accidentes, en estrés que consume nuestra energía de manera acelerada, y que se traduce en fatiga crónica; son todos estos detonantes que al más sutil roce emocional, condicionan una actitud sumamente negativa, que facilita sobremanera la producción de conflictos familiares, laborales y sociales.

Se nos olvida, que somos hijos de un Padre tan bondadoso, que nos invita constantemente a pedirle lo que necesitamos; tal vez, consideremos, que el hecho de darle gracias a Dios por la vida, no resulte ser tan necesario, porque asumimos que merecernos ese don, pero, sin darnos cuenta, luchamos por conservarlo de la única manera aceptable por nuestra condición humana, o sea, a nuestra manera, sin la garantía de la protección de nuestro Señor, y sin tomar en cuenta la divinidad que radica en nuestro espíritu.

Es necesario pedirle a Dios todos los días que no obsequie sabiduría para establecer un estado de armonía interna y externa, y no acrecentar las cargas negativas que nos imponemos por voluntad propia. ¿Acaso el llevar la preocupación hasta el extremo, nos ayuda a resolver los problemas?, es bien cierto, que para tomar las mejores decisiones, tenemos que hacerlo considerando que exista paz en nuestro interior, porque si no existe, nuestras respuestas serán tan impulsivas que exteriorizarán nuestro lado más primitivo.
“Oh Dios de mis padres y Señor de misericordia, que hiciste todas las cosas por medio de tu palabra, y con tu sabiduría formaste al hombre, para que fuese señor de las criaturas que tú hiciste, a fin de que gobernase la redondez de la tierra con equidad y justicia, y ejerciese el juicio con rectitud de corazón; dame aquella sabiduría que asiste a tu trono, y no quieras excluirme del número de tus hijos” (Sabiduría.9-1:4).
¡Señor, dame sabiduría! Cuando se la he pedido fervorosamente, Él inmediatamente me responde, obsequiándome una lección de vida, que en ocasiones, resulta ser tan dolorosa, que pareciera que todo terminara para mí, pero, por el contrario todo se aclara en mi mente y mi corazón, y entonces, encuentro el verdadero significado de la vida.
He muerto y he resucitado muchas veces en al amor de Jesucristo, mi Señor, y en cada nueva oportunidad, mi espíritu sale más fortalecido y con ello mi fe.

He decidido no darle más la contra a Jesús, lo amo como el mejor de los padres, el mejor de los hermanos, el mejor de los maestros, el mejor de los amigos; Él quiere que sea feliz y que esa felicidad se cimente en el amor por mi prójimo, en amarme a mí mismo como Él me ama, ese es el camino de la verdad y de la vida.
Mi felicidad crece cada día, ha dejado de definirse para mí como, sólo momentos fugaces, la felicidad forma un sólo cuerpo, cuando estoy en comunión con el amor de Jesucristo; la felicidad, es verse reflejado en la sonrisa de un niño, en la ternura y el amor incondicional de una madre, en la cercanía emocional y el buen consejo del padre, en el cálido abrazo de un hermano, en la solidaridad de los amigos, en la comprensión de los motivos de aquellos que aún no han encontrado la luz en su camino; la felicidad está en ser agradecidos por lo dichosos que hemos sido al haber tenido la oportunidad de venir a la vida por la voluntad divina de nuestro Señor.

Señor, da sabiduría a nuestras familias para que se mantengan siempre unidas en tu amor, abre los ojos al ciego, abre los oídos al sordo, regrésale el habla al mudo, permítele caminar al inválido, para que todos juntos te alabemos y te glorifiquemos, y nos regreses a todos la paz interior que tanta falta nos hace para encontrar la felicidad que siempre hemos tenido y nos obsequiaste desde el principio de todos los tiempos.
Dios bendiga a su familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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