En la Liturgia de la Iglesia Católica hoy se celebra el Domingo de Resurrección. El domingo más importante. El domingo que le da sentido a todos los domingos del año.
Anoche en todas las parroquias se celebró la solemne Vigilia Pascua, la madre de todas las Vigilias.
En esta celebración tiene un gran significado la Liturgia de la Palabra ya que se proclamaron siete lecturas del Antiguo Testamento, una del Nuevo Testamento de la carta de San Pablo a los Romanos, y un texto san santo Evangelio según San Marcos 16:1-7.
En dicha celebración después del canto de Gloria (que no se cantó durante toda la Cuaresma), san Pablo dice: “Si hemos muerto con Cristo, estamos seguros que también viviremos con Él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no morirá nunca”.
En seguida, San Marcos en el Evangelio alza la voz con una gran noticia: “No está; ha resucitado ¡vayan a decirlo!” Al final de la celebración, junto con la bendición solemne se envía a los bautizados, diciendo: “Anuncien a todos la alegría del Señor Resucitado”. Este anuncio no se trata sólo de decir: “ya no está aquí” en el sepulcro, entre los muertos, sino de gritar convencidos: “¡está aquí y vive entre nosotros!”
Con la Resurrección se cumple una promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). Tal presencia del Señor no puede ser si no es estando vivo. Así como la Palabra se encarna en el Hijo, la vida también; porque el proyecto del Padre celestial es un proyecto de vida, y el Dios de Jesús es un Dios de vivos y no de muertos (Lc. 24:5).
A partir de ahora, la Cruz, como instrumento de muerte, debe quedar en el pasado, pues se ha convertido en signo de Redención y de Perdón. Si no creemos que Jesús ha resucitado, mirándolo eternamente crucificado: “Vana es nuestra y nuestra predicación” (1Cor 15:14).
La Resurrección de Cristo es un sí absoluto a la libertad, a la justicia, al amor y al perdón, confirma que el ser humano es digno de la vida que se le ha confiado; en ella se confirma el llamado a la existencia, que se transforma en compromiso: vivir según el Evangelio, amando hasta el extremo, entregando la vida y buscando el Reino de Dios y su justicia; confiando que sólo así “todo lo demás se nos dará por añadidura”. (Mt 6:33).
¡Que la alegría del Señor resucitado inunde sus corazones!