No podemos permitirnos que la gente camine por las calles difamando a los demás, menos a nosotros por aspectos que suponen que esos sujetos tienen más importancia que la debida, y es el caso de aquellos que llegan del extranjero disfrazados de ovejas, cuando en verdad caminan como lobos, aquellos del cuento que, amparados en un disfraz, comieron a las ovejas luego de simular cosas que no son.

Refugiarse en la religión es muy bajo, indigna y ofende a quienes ralamente viven en la filosofía de cualquier credo religioso. Estos son peores que los Fariseos aquellos que hicieron del templo un mercado, y que fueron corridos por Jesús de Nazaret.

Estos personajes siempre cuentan con la complicidad de otros que, igualmente se escudan en una fe mal entendida, porque aprovechan las responsabilidades que les fueron otorgadas para difamar, enjuiciar, mentir y alimentar diatribas, chismes, rumores que tanto daño hacen a las organizaciones, a las personas y a sus familias.

Soportar estas cosas no es fácil, más, cuando surgen de quien depende tu trabajo y tus responsabilidades, y sin el menor recato se atreven a ofender, sugerir y más, haciendo caso, insistimos, a una serie de rumores emanados de mentes enfermas y envenenadas que disfrutan, gozan haciendo el mal a los demás.

Y la verdad que viajar desde tan lejos para evadir responsabilidades por las que les becan, disfrutar de una vida licenciosa y dejar los estudios a un lado para luego acusar a los que evalúan es una de las tres más bajas cosas que pudiera hacer alguien.

Deprime, desilusiona, enoja este tipo de actitudes, sobre todo cuando uno tiene la idea y convicción de estar haciendo lo correcto, de procurar que se pueda compartir al máximo el esfuerzo realizado, y en el caso de la enseñanza, se trata de dejar el mejor de los aprendizajes, y en el trabajo, de encontrar el más grande resultado en bien de los demás. O al menos, eso pensamos.

Y es por eso que no aceptamos las diatribas surgidas de una mente enferma y convenenciera que no supo responder al esfuerzo y confianza depositadas en ella, y violan todo margen de confianza depositado en ellas.

No merecen los apoyos que sus autoridades educativas o gubernamentales les otorgan, y menos, cuando se escudan en una carita semidulce que semeja todo menos una exigencia de equidad. Sacan cuando les conviene su condición de féminas y exigen equidad, pero en estos casos, son pobres víctimas y difaman, acaban con la reputación de cualquier persona, sin importar lo anterior, con tal de conseguir sus objetivos.

Ofende, sinceramente, el hecho de que se comporten de esa manera, pero nos queda una experiencia: hay que conocer bien a la gente, no confiar en los que no se tiene idea de donde vienen y qué tipo de formación moral o académica tienen, aunque la primera, seguramente ha estado ausente. Moleta y mucho este tipo de acciones.

Ahora resulta que cualquier personita que tiene comportamientos dudosos puede jugar con la reputación de alguien que se ha preocupado por brindar confianza y aprendizaje a los demás, a través de un hermoso trabajo que tiene que ver con la transmisión apasionada del conocimiento.

Es muy grande el enojo, porque la visitante asume una postura de víctima y acusa y acosa, difama y destruye, con un único objetivo: salirse con la suya. Hay quien dice: “no te preocupes, Dios siempre es justo”, pero no hay que meter a Dios en estas cosas.

Esta gente no merece consideraciones ni atención, sino un aplauso cuando regresen a su tierra, donde seguramente la honorabilidad ha quedado trunca en su formación, y sus principios también quedan vacilantes, ajenos a todo rigor de comportamiento.

Como se podrá dar cuenta, hay mucha molestia, sobre todo, porque es más fácil creer a un lobo con piel de oveja que a quien se ha preocupado por dejar constancia de su esfuerzo por casi dos décadas.

Duele, porque sin pruebas le dan credibilidad a estos diatriberos.

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