Si, México celebra el 10 de mayo a la madre, y hace un festejo único, singular, en el que todos tenemos un orgullo magno y defendemos el derecho de gritar lo que sea, hacer lo que nos plazca, todo, envuelto en el festejo al ser más influyente del hogar: la madre.
Somos una nación matriarcal aunque estemos bañados de un ilógico y estúpido machismo que daña y afecta mucho al género femenino, permitiendo la sociedad el desarrollo de infinidad de acciones ofensivas contra ellas, las mujeres, incluyendo a las autoras de los días de cada quien, consideradas por todos como lo más sagrado en el mundo.
Si, somos machos, somos gritones, mandones, somos independientes y muchas cosas más, pero cuando la madre dice “te estás quieto” nada hay que se compare a esa orden: ni Obama hubiera podido.
Y en ese espíritu que feministas disfrazan de ataque a la mujer, de inequidad de género, el 10 de mayo tenemos el permiso de beber de más, salir de más y llevar una serenata o algo parecido para la autora de nuestros días. Curiosamente, aunque la concepción es un acto que se lleva a cabo entre un hombre y una mujer, lo que se celebra y festeja enormemente es a ella, y un poco, poquitín, a ellos, allá por el tercer domingo de junio por lo general.
Y aunque a muchos les duela reconocerlo, son ellas las que mandan en casa, más, cuando tienen el más sagrado título que pudiera ostentar un ser humano.
Y este 10 de mayo mucha gente aprovecha para venerar a la mujer más importante y manifestarle todo cuanto bueno pueda existir en el mundo, aunque los otros 364 días del año se olviden de ella: el día de la madre es para ella y nada más.
Sin embargo, siempre hemos sido de la idea de que, como dijo en una ocasión la poetisa Ana María Rabatté en una de sus magníficas obras: “En vida, hermano, en vida”, debemos honrar la existencia de ellas en cada momento de nuestra existencia, y no únicamente cuando el comercio organizado –y no tanto- nos obliga a comprar regalos para ellas, procurando, por lo general, en una sociedad absurdamente machista, ofrecernos regalos para que ellas hagan el quehacer de la casa con mayores facilidades, o con aparatos de tecnología de punta como aspiradoras, lava-vajillas y muchas cosas más en lugar de ofrecernos un obsequio que pudiera ser meramente personal, como un buen perfume, una prenda de ropa para ella y, por supuesto, el mejor de los regalos: el respeto y la atención durante todo el año.
Finalmente, son lo más importante para muchos de nosotros, aunque pareciera que algunos nunca tuvieron a ese ser a su lado para que les enseñara buenos modales y honorables costumbres. En ese sentido, siempre vienen a la mente aquellos que se han servido de los cargos públicos y de elección popular para hacerse millonarios y robar en todos los rubros, conceptos y formas.
Esos no califican en los que tienen una madre que venerar, y si la tuvieron, seguramente padecieron una infancia con un macho por padre y un ente sin voluntad que ejerció una maternidad obligada.
Pero hemos de ser congruentes y pedir a todos nuestros Dioses, santos y oraciones que les bendiga a todas ellas, y a esas miles de madres mexicanas que hoy siguen buscando a sus desaparecidos que fueron llevados, levantados o hechos de humo en una guerra estúpida y sin cuartel, solo les podemos ofrecer una oración porque encuentren la tranquilidad que pudiera llegar ante la incertidumbre de cómo habrán sufrido sus hijos y quienes los llevaron, en acciones que seguramente pasarán lustros, décadas y siglos, y la autoridad no nos dará respuesta alguna.
A esas madres que sufren en silencio las enfermedades graves de sus hijos, las limitaciones culturales, sociales, deportivas, laborales y demás, les ofrecemos también una oración y canto de esperanza, porque este y todos los días, el Ser Supremo les bendiga y les permita encontrar la sabia frase para sus hijos, y que puedan seguir siendo lo que para muchos de nosotros siguen siendo: el motor que impulsa nuestra existencia.
Hasta Aguascalientes, madre: mi corazón entero y mi gratitud.
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