Esa sensación de desplazamiento que se va instalando progresivamente en el adulto mayor, que es enfatizada por la menor movilidad, las dificultades visuales y auditivas, y la disminución de la fuerza muscular, evidencian la presencia de malestares crónicos, que la mayoría de las veces se simula no padecer, para tratar de permanecer integrado dentro de las dinámicas del grupo familiar; desde luego, que la mayoría de los integrantes de menor edad se percatan de que el padre, la madre, el abuelo o la abuela ya no son los mismos, y como si este hallazgo los situara en una posición adelantada, sin más méritos que la menor edad o la mayor fuerza, consciente o inconscientemente buscan la manera de ayudar a que ese estancamiento de los adultos mayores sea reconocido por los mismos y acepten el ser desplazados, y se resignen a ocupar espacio y tiempo que sea designado por el liderazgo subjetivo que quieren ejercer, y señalo, subjetivo, porque no cuentan con el sustento económico que los posesione sólidamente a la cabeza del grupo familiar.
Cuando ocurre lo anterior, nos preguntamos: ¿Qué pasa con los valores morales que nos permiten diferenciar lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto? ¿Qué pasa con el respeto, la gratitud, la solidaridad, la humildad? Pero sobre todo ¿qué pasa con el amor al prójimo?
Cuando los adultos mayores se percatan de que son maltratados física y psicológicamente, empiezan a perder el deseo de seguir creciendo personalmente, su autoestima decrece y muestran desinterés por la vida, que es una puerta abierta para la depresión.
Una de las últimas barreras en caer ante el desplazamiento familiar generado por la pérdida de valores en la familia, es la barrera emocional, el adulto mayor se mantiene firme ante la fortaleza que le da el saberse un importante pilar del desarrollo del bienestar del grupo, y se mantendrá así, hasta que se agudice y complique un padecimiento crónico, que había mantenido bajo control porque se sentía útil, necesario, y amado por la familia.
Ame a los adultos mayores de su familia, muestre gratitud y respeto por ellos, ayúdelos a vivir dignamente, y cuando tengan que partir de este mundo, lo hará a plena satisfacción por saberse amado y haber cumplido con la parte que le tocó desempeñar dentro de la familia.
“Donde no se honra a los ancianos, no hay futuro para los jóvenes” (Papa Francisco)
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