Cuántas personas, que teniendo un espíritu grande, permanecen en el anonimato; cuántas más, que al asomar sus virtudes, son objeto de atropellos y villanías; más, aquellos que sabiéndose corruptos, reciben por serlo, estímulos inmerecidos y cortesías de sus iguales, porque ambos piensan, que sólo así, creando su propio mundo, pueden ocultarse a los ojos de Dios; porque a los ojos de los acosados por la miseria, la ceguera involuntaria, sufrida por las viles acciones de los falsos redentores, les ha perpetuado la marginación, convirtiendo los anhelos de justicia, en una ilusión y sus derechos humanos en una situación condicionada, condenándolos a ser despojados de su dignidad y a padecer cierto estatus social, necesario para que el villano pueda conservar su luz.

Para algunos, la época de la reflexión y el arrepentimiento, termina con la cuaresma; y la resurrección a una nueva vida, resulta ser sólo el finiquito  de un recordatorio tradicional milenario, que tiene vigencia únicamente durante los días santos; más, para los que sintieron sed de la palabra viva, y ante la necesidad de defender y fortalecer su fe, por el insistente y permanente embate de una sociedad materialista, violenta, y cada vez más carente de humildad, que acentúa año con año su férreo egoísmo y su incredulidad, el sentirse tan cercanos a nuestro Señor Jesucristo, reconociéndolo como su salvador, les imprime el valor  de levantarse de nuevo, por el gozo de sentir su amor por Él, como el primer día en que tocó su corazón.

La verdadera grandeza del hombre, reside en su corazón, la adquirió al recibir la gracia santificante que Dios le obsequió por mediación de Jesucristo nuestro salvador.

El hombre, puede concebir su propia definición de grandeza, William Shakespeare aludía lo siguiente “No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta, y a otros la grandeza les queda grande”.  Jesucristo, le advierte al hombre sobre el hecho de sentirse grande cuando sólo busca el bien propio y no la igualdad entre sus hermanos “En esta misma ocasión se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: ¿Quién será el mayor en el reino de los cielos? Y Jesús, llamando a sí a un niño le colocó en medio de ellos. Y dijo: En verdad os digo, que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños en la sencillez e inocencia, no entraréis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humille como este niño, ese será el mayor en el reino de los cielos” (Mt 18:1-4)

 “Que quien se ensalzare será humillado, y quien se humillare será ensalzado” (Mt 23:12).

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