Hace ya mucho tiempo, que no veo en tus hermosos ojos el destello de luz que los hace brillar, y que me hacían caer de hinojos, ante tu graciosa majestad, quiero verlos brillar de nuevo, así como brillaban ayer, cuando en aquellas preciosas tardes primaverales, nuestras almas ansiosas, esperaban el momento tan especial, para encontrarse en el consentido lugar por nuestros ánimos encendidos, para ir develando el tan guardado secreto, de cómo dos buenos amigos se pudieran amar, allá, bajo el cielo ideal, bajo la sombra del árbol frondoso y discreto, donde nació nuestra incipiente y sincera amistad, el árbol, que impedía con su follaje verde esponjoso, que las indiscretas miradas de aquellos que por ahí pudieran pasar, y que presas de la atracción celestial, influenciados por la dulce melodía que emitía la vibración de dos cuerpos joviales, que calladamente se hablaban de amor.

De la amistad al amor, son las miradas ardientes las que conforman los puentes para llegar al corazón de la persona que será siempre amada; son las miradas, el delicado y sutil lenguaje, más que callado rompe el candado de la intimidad, dando al pálido semblante, por el miedo excitante, el color sonrojado, que te hace apreciar a la futa del pecado, que mordiera el primer Adán, al sentirse enamorado y no conformarse con la amistad de quien fuera su compañera en el divino paraíso terrenal.

De la amistad al amor sólo hay un paso, cuando el palpitar de tu corazón late enamorado, cuando encuentras al amor que te habrá de acompañar en el presente que no tendrá pasado, en el futuro que es considerado como la esperada eternidad.

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