Estando muy cerca la conmemoración del Aniversario de la Revolución Mexicana, me acordé de mi revolucionario tío Tiótimo, la verdad, a mi pariente, la Revolución no le ha hecho justicia, y yo sé, porque le creo, que su vida no fue fácil durante ese conflicto armado que inició en el año 1910, y que fue precursor de la transformación pujante de nuestro país en la búsqueda de la justicia, la paz y la equidad social; pero modesto, como es mi tío, él prefiere el anonimato y festeja en soledad lo que es considerado el acontecimiento político y social más importante del siglo XX. Pues bien, enfilé rumbo al Rancho “El Olvido” llevándole una docena de ricos tamales, una salsa molcajeteada y un termo con café de la mezcla especial de la tía Chonita; por el camino, me fue imposible dejar de pensar en las condiciones políticas y sociales actuales de nuestro México, la verdad no me dio por culpar, ni juzgar a nadie, porque siempre he sido de la idea de ver lo positivo de cada etapa del desarrollo del país, y de los llamados errores o equivocaciones, pues veo oportunidades para buscar alternativas de solución que pudieran estar al alcance personal, familiar, y de grupos que comulgan con la idea de que hay que enfrentar la adversidad con optimismo, esperanzado en el hecho de que todos podemos contribuir para que se den cambios positivos en todos los reglones de la vida nacional.

Cuando por fin divisé la loma donde se encuentra la vieja casona del tío Tiótimo, me  sentí lleno de un nacionalismo renovador y me dije: Las cosas buenas siempre resisten los embates de las ambiciones desmedidas, de los intereses mezquinos y tentaciones  ideológicas,  que rompen con la historia y minimizan los esfuerzos y la entrega de muchos mexicanos que, como mi tío, pusieron su granito de arena para que el presente no se cimentara en esperanzas fallidas sino en realidades que exigen que los hombres y las mujeres trabajen en comunión y en armonía, para asegurar un futuro promisorio a las nuevas generaciones.

Detuve  el auto, y con orgullo observé a aquel hombre de constitución delgada, de apariencia frágil, pero arraigado a la tierra firmemente por sus profundas raíces revolucionarias, y orgulloso corrí su encuentro para abrazarlo con gratitud, por cultivar en la familia los valores patrios.

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