Y en esa desesperada carrera contra el tiempo, suele llegar el momento en el que, inexplicablemente, algo te dice que es necesario recuperar lo que se dejó de hacer ayer, cuando la mirada sólo se dirigía al frente, a lo que estaba por venir, pero no definíamos como futuro por lo incierto del acontecer, pero que nos impulsaba a seguir, asegurando que teníamos muchas cosas por hacer, mientras que lo que se iba quedando en el camino, convertido en recuerdos, reparaba los desperfectos de lo que, por falta de tiempo y atención, no se pudo clasificar como obra terminada en nuestra vida.

Cuando el peso de la insatisfacción se presenta y no fue percibida ésta como tal en su momento, por considerar que lo que quedaba pendiente no era prioridad, que ya habría tiempo suficiente más adelante, para recuperar lo que faltaba conciliar para que el espíritu y la mente permanecieran en armonía y en paz.

En ese momento en el que cansado de tanto pensar, esperas recibir el refrescante rocío de acciones que promueven la bienaventuranza, para tener la confianza de que la insatisfacción expresada, se debe sólo a un lapso de desesperanza momentáneo, que puede subsanarse cuando se ejerce a voluntad aquello que ayer te llenaba de gozo.

Quiero más de aquello y de esto, que se deshaga el rictus de desagrado de la cara, que me duelan los músculos faciales de tanto reír a carcajadas, que mis lágrimas sean de felicidad, que mis ojos se asombren al voltear atrás, para comprobar que los supuestos desperfectos, sólo fueron un bloqueo impuesto por mi mente, al tratar de que fuera perfecto, para agradar a aquellos que jamás me pidieron que lo fuera, porque estaban muy ocupados en atender sus propios defectos.

Amarme un poco valdría la pena, para no pagar la condena de pensar que el amor debe de expresarse como a cada quien le conviene.

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