“Lo que no te da el cuerpo, te lo concede el espíritu” (SBC).
He de confesar, que tengo un buen tiempo engañando a mi cuerpo; lo he hecho, desde que descubrí, que aunque el cuerpo y espíritu ocupan una misma entidad a la que llamamos: el ser; ambos, en realidad, son dos elementos independientes que tienen funciones diferentes; seguramente, de esto ya habrán hablado muchos pensadores en el mundo: Filósofos, teólogos, científicos, pero mi aportación no se fundamenta en ninguna de esas teorías, ni pretende llamar la atención, mucho menos, generar controversia con los que sí tienen bases sólidas para demostrar la cuestión que hoy ocupa nuestro interés; yo solamente pretendo dar un testimonio, que podría ser un disparate, una ocurrencia producto de años de experimentar una técnica para influenciar positivamente al cuerpo, para que retrase, entre otras cosas, el envejecimiento natural ejercido por el tiempo.
Sin duda, podría tratarse sólo de una situación subjetiva, que ejerce su mayor influencia sobre el pensamiento; mucho se ha dicho ya, que pensar positivamente trae grandes beneficios para el cuerpo y la mente, al contrarrestar los efectos negativos de la pesadumbre, la frustración, la sensación de impotencia e incapacidad para tener el control de nuestra vida, y por ende, de nuestras emociones. El caso es que muchos fracasan en el intento para allegarse estas bondades, por el hecho de que no están convencidos de que sea cierto, de ahí que renuncien con facilidad a ponerlas en práctica; también hay personas, que teniendo la sana intención de cambiar su forma negativa de pensar, encuentran que su mente se resiste al cambio, aludiendo que la negatividad es parte de su personalidad, de su carácter, por lo que son rasgos que no pueden cambiar.
Observando lo anterior, un buen día me dije, ¿qué es lo que necesitamos para convencer y vencer nuestra resistencia a ser positivos? ¿Acaso no es la mente en donde radica el centro de la voluntad del ser? Entonces si realmente deseamos ejercer cambios positivos para mejorar nuestra salud física y mental, ¿por qué no progresa nuestra intención para lograr el pretendido bienestar? Primero, porque no basta sólo con desearlo; la realidad es que nuestra voluntad es muy vulnerable y por lo tanto influenciable, por lo que con facilidad cambia, dándole entrada, primero, a la duda; posteriormente, se cae en un estado de inhibición que nos hace posponer la acción que ya habíamos decidido para efectuar el cambio, y, por último, si se prolonga mucho ese estado, se termina por renunciar al propósito. Como decía, un buen día, intuí que el elemento que faltaba para hacer efectiva la propuesta, era el espíritu, el cual en sí mismo tiene como propósito fundamental el allegarse el bien para transitar a la dimensión que le permita trascender a un plano superior al que conocemos como vida eterna. Desde que el hombre adquirió el libre albedrío, se marcaron los límites entre cuerpo y espíritu para buscar el mismo fin; para acceder nuevamente a todo el potencial del ser, se requiere de la fe; debemos regresarle al cuerpo la esperanza perdida, al encontrarse con el hecho de que no todos los seres humanos pretendemos el mismo destino, de ahí la eterna lucha entre los que ponderan como una verdad la existencia del mal para allegarse el bien y el rechazo a seguir por el camino de la verdad y de la vida que nos conduce a la felicidad plena.
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