En aquel tiempo de estudiantes universitarios, cuando el camino para llegar a nuestra meta aún se veía muy lejano, cuando el peso de la nostalgia por estar ausentes del hogar deprimía el estado de ánimo de los etiquetados como foráneos; ayer, cuando los antojos sólo se podían tener en sueños acotados por el despertar apresurado de la ansiedad para estar a tiempo en el aula y cumplir con la tarea, de los temas de los amplios capítulos, en los gruesos y pesados libros, de cada una de las materias, encargados para estudiar, esperando con tal proeza, no quedar rezagados en la carrera, sin descanso, de los eternos desvelos para complacer el apetito programático y puntual de los catedráticos en turno, sacrificio, sí, pero conscientes de lo que esperábamos para no sentirse insatisfecho e irresponsable, por no tomar el alimento intelectual que nos acreditara ante propios y extraños como verdaderos estudiantes de universidad; y los que gustosos por tener la oportunidad de cursar una licenciatura en la prestigiada Casa de Estudios llamada UAT, estudiantes fuera de casa; llegado el fin de semana, para relajarnos un poco, solíamos reunirnos en una de las habitaciones de los viejos caserones del Tampico de los primeros barrios, o tal vez de los segundos, para no parecer tan viejos, pero, sí para escuchar el rechinido de sus escaleras de madera y el sonido aullante del viento vespertino, que aparecía indistintamente como provocado por el abanico de las grandes olas del mar, para mitigar el calor veraniego que causaba el reniego de los que sentíamos la humedad como una segunda piel, se pegaba a nuestro cuerpo un tanto desnutrido. El ambiente, aunque cordial, después de algunos brindis animosos, hacían dirigir los ojos al piso, y como perdidos en los recuerdos, las reprimidas expresiones, solían escapar como un lamento, y para poder encaminar dichas emociones, uno de ellos tomaba una vieja guitarra y se ponía a cantar y los que se sabían la letras sin importar la tonalidad también lo hacían, más he de asegurarles que aquellas discordantes y desafinadas voces, en un momento dado, se unían para convertirse en una melodía, induciendo un efecto sedante; y al poco rato, cada quien contaba su historia, algunas nos sabían a gloría, eran como llegar al cielo, pero otras nos sumían en un abismo del desconsuelo; más había alguien que permanecía por demás callado, cuya mirada triste, parecía a la de un ave que hubiese tenido un ala rota, ese al que algunos decían que ya estaba dormido por los efectos de las bebidas espirituosas, dio un profundo suspiro y pidió silencio, en ese instante todos callamos, cesó la algarabía; nos pidió respeto y agradeció que no fuéramos a ejercer una burla o una crítica denigrante, sólo pidió misericordia, entonces dijo: Amigos míos, no he sido muy afortunado en el desarrollo de las bellas artes, permítame tan sólo expresar lo que llevo dentro, no digo con ellos que es poesía, son sólo sentimientos de un corazón delirante, son unas cuantas palabras perdidas que me han abierto las puertas del olvido y a las que he titulado “Si te amé… ya no me acuerdo”.
Si te amé… ya no me acuerdo, han soplado tantos vientos y las capas de polvo que han traído consigo, han borrado las huellas de nuestros cuerpos que quedaron impresas en los amables recuerdos.
Si te amé… ya no me acuerdo, porque después de las hermosas primaveras que disfrutamos juntos, sembrando sólo amor como vital semilla, esperaba recorrer contigo el espacio y el tiempo para convertirnos en los más grandes amantes de nuestra historia, más nunca vi llegar el invierno de las semillas del olvido que tu ibas esparciendo.
Si te amé… ya no me acuerdo, porque ahora la distancia entre los dos es tan grande, que no se logra ver la esencia del recuerdo que dejaste en mi memoria, porque ahora escribo otra historia, donde yo sea una persona y no un objeto y perdona si soy indiscreto por evidenciar el secreto de que nunca me amaste como yo lo hice.
Si te ame… ya no me acuerdo, y ahora le agradezco al viento de la indiferencia que haya traído consigo al polvo del olvido, para borrar las huellas de lo que idealizaba como nuestro, y sólo se trató del secuestro de un alma adormecida que buscaba salir de la oscuridad, siguiendo la aparente luz de una estrella que se apaga en el inmenso firmamento.
Todos quedamos asombrados, y sin decir más nos retiramos a nuestros respectivos aposentos, algunos a dormir, otros a pensar, los menos a reflexionar si todo aquello, más que poesía, sólo era un cuento para que dejáramos de tomar.
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