¿Quién dijo que amar fuera una dulce y perenne sensación de bienestar físico, mental y espiritual?

Si a cada ser humano se le pidiera definir lo que entiende por amar, nos sorprendería la cantidad de respuestas diferentes que obtendríamos; pienso por ello, que si consideramos al amor como nuestra principal emoción y le concedemos como propósito fundamental el alinear a las demás emociones básicas para lograr un estado de bienestar pleno del ser, donde se esté en perfecta armonía, se podría con ello establecer un equilibrio que seguramente podría garantizar el buen funcionamiento de las relaciones humanas. Creo que la única forma de llegar a ese estado ideal, sería teniendo el conocimiento pleno del efecto de las emociones sobre las tres esferas del ser, y valorar, además,  el hecho de que se cuente con la capacidad intelectual suficiente, para poder sujetarlas a voluntad, y no dejarlas a su libre accionar instintivo, porque si bien es cierto, que cuando la naturaleza actúa en automático, se produce con mayor intensidad el efecto bioquímico, que se traduce en placer, también lo es, el hecho de que ésta generosa derrama de sustancias, se sujeta en muchas ocasiones, a la acción de la variabilidad emocional de una entidad que fácilmente es vulnerada por el pensamiento, previamente condicionado por experiencias críticas que causaron dolor, y que incluso, rebasaron con mucho la sensación de bienestar primitivo del momento.

Sin duda, la narrativa anterior podría generar controversia, o simplemente no tener la claridad requerida para su buena interpretación, tal vez todo podría resumirse, a tener siempre los pies en la tierra para tomar con inteligencia toda decisión fundamental que resulta vital en nuestra vida.

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