Vivimos con la espalda a la realidad; con una venda en los ojos puesta por nosotros mismos, atada por la distorsión que alrededor nuestro crean los diversos poderes que desde siempre gobiernan nuestras sociedades a lo largo de la historia. Por ejemplo, los reyes no son hijos de Dios, ni sus descendientes, aunque algunos desempeñen funciones políticas y diplomáticas de valor para sus países, son personas mortales, de sangre roja, no azul que ceden ante la democracia. ¿Por qué pagarles una vida de lujo?

Quienes viven rodeados de ídolos los ven intocables, absolutos, inconmensurables, inmortales y si alguien les ataca, esa persona se expone al fuego; al agravio, cae en riesgo y peligro de ser desconocido por familiares y amistades y peor si algún ídolo con poder se siente agraviado. Su venganza es dura, todopoderosa, hace uso de la fuerza que le deriva de ser ídolo social, político, económico, religioso.

Pero cuando cae se le devora, se le sataniza con la misma intensidad con la que antes se le adoraba; la reacción es igual de poderosa que la acción de idolatrar. La mayoría de las personas no logra vivir sin ídolos, es parte de la condición humana que busca tener una guía, saber que se tiene una razón de ser en esta vida, un ejemplo a seguir y por el cual perder familia y amigos, algunos hasta la vida entregan, como sucedió con el círculo allegado a Hitler.

La polarización política que promueve el enfrentamiento social a través de mentir, decir verdades a medias; manipular, descansa en este arquetipo mental; idolatría y repudio; no hay ídolo sin detractor, no hay detractores sin ídolo; dualismo humano que soporta todo: verdad vs. mentira: el ídolo nunca miente, los detractores no dicen la verdad a pesar de que está a la vista, el apetito de la ficción, de creer todo, gana, nada se pone en análisis crítico. ¿Derribar ídolos morales e intelectuales, desmontar estructuras de pensamiento anquilosadas, observar y ver si la manera de vida está cimentada sobre mentira?, no, preferimos la mentira.

La ceguera mental hace creer que esa mentira es verdad. Hay falta de autocrítica, humildad, libertad de pensamiento para buscar claridad que lleva a la reflexión de lo que nos rodea y obtener el conocimiento que permita liberar nuestra mente en este laberinto de ídolos y de mentiras constantes, cotidianas, dirigidas para manipular y disponer de autómatas que alimenten su imperio de poder y de mentira.

Se sacrifican los seres humanos en nombre de cosas que no existen, así que a hacer caso a la nueva recomendación del presidente municipal Eduardo Gattás, él que de pedir no hablar mal de Victoria, cambió a hablemos bien de Victoria, de lo cual hay mucho si de los victorenses hablamos, pero muy poco por hablar bien de los resultados del gobierno de Eduardo Gattás, que se dedica a pedir favores a Dios y al pueblo, en lugar de lograr resultados por el bienestar del pueblo. Circula en redes un Gattás candidato señalando la basura en Victoria, problema sin resolver.