Hay días como el de ayer, en el que tuve poco qué ofrecerles a mis pacientes para aliviar sus males físicos; percibí que no iban por una receta médica, pues su dolencia se encontraba en un plano espiritual; sentí pues que iban por consuelo, y cómo poder resistirse a ello, si lo que necesitaban era calmar el dolor del alma por recientes pérdidas familiares; cursaban pues, con sendos cuadros de depresión por un duelo muy reciente, y sabía que era necesario que vivieran ese estado, para poder superarlo positivamente, así es que sólo procuré tratar de disminuir su estado de ansiedad, de depresión y darles esperanza.
Pero ¿cuánto tiempo puede llevarle a un médico ofrecer misericordia a sus pacientes? En una sala de espera atestada por dolientes físicos que reclaman una pronta atención, no resulta fácil hacerlo, pues nadie que sea compañero en esa sala en condición de paciente puede jactarse de conocer el problema de fondo de cada uno de ellos. Si bien es cierto que al médico le compete más sanar el cuerpo que el espíritu, cómo lograr hacer una separación de los mismos, sin que el paciente no se sienta desolado por lo que en ocasiones dan en llamar “la frialdad del galeno”.
Sabiendo el médico que su paciente no encontrará en la farmacia de la unidad de salud ningún fármaco que alivie su dolor espiritual, se pregunta ¿qué puedo ofrecerle para ayudarlo? Sin duda, siempre habrá algo que se pueda obsequiar al desvalido: una mirada, una palabra, un abrazo, la solidaridad para hacer menos pesada su pena.
El reloj de pared de nuestro comedor dejó de darnos la hora, el péndulo se detuvo a las 11:30 am del sábado pasado, y aunque todos los que estimamos su servicio nos percatamos de ello, ninguno hizo nada por tratar de regresarle su función; unos dijeron “está muy alto no lo alcanzo”, otros “no soy relojero”, algunos comentaron “todo por servir se acaba”, pero sintiendo que era a mí al que más le hacía falta su servicio, estando alto subí hasta él y lo bajé, sin ser relojero, empecé a tratar de entender cómo era que funcionaba, y enseguida me di a la tarea de tratar de arreglarlo, una y otra vez fallé, pero algo en mi interior me decía que si era mi deseo lograr mi propósito, tendría éxito, y así fue; hoy, como hace una semana, el péndulo vigorosamente se mueve de un lado a otro, a cada impuso eléctrico del mecanismo que marca el tiempo en la carátula.
Hay días como ayer, en los que Dios mueve mi espíritu para hacerme ver que en cada una de mis acciones se hace su voluntad y mi voluntad sin duda es cumplir con la suya.
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