Siempre se ha sabido, de alguna manera u otra, que todos, absolutamente todos, tenemos una personalidad paralela con dos cualidades discordantes, que cuando es muy evidente, la gente concibe ésta dualidad con el término un tanto despectivo de tener una doble cara, de ahí que, si no aceptamos a conciencia su existencia, siempre viviremos enfrentado nuestro supuesto lado bueno, con nuestro supuesto lado malo; ellos, son como dos hermanos, se quieren, sí, pero no se aceptan, no se unen, porque son tan diferentes como el agua y el aceite.

El lado que definen como el oscuro, suele saltar más a la vista, cuando de ser mansos como corderos, se exigen, más que pedir, se sacrifique tu paz y tu tranquilidad, para entregarla a quien más martille la conciencia, y amenace con descalificar el lado de la luz que exhibe la cuestionada bondad.

Cómo pesa llevar la carga de tu conciencia, para pagar las culpas que reconoces como tuyas, y pesa más, pagar las deudas ajenas, cuando se te acusa de ser el motivo de sus propias penas. En este pesar tan incierto de pronto te preguntas: ¿Quién es más débil y quien es más fuerte? ¿el que se resiste a dejarse enterrar, o el que se etiqueta como débil, por así mostrarlo en su apariencia, pero, tiene tal poder para controlar la conciencia de otros, que reflejan una evidente bondad, y al final, lo encadenan a pagar las deudas por él?

Hay que aprender a vivir sin ataduras rígidas dentro de la conciencia moral, aunque muchas almas requieran estar sujetas, unas, para sentir que pueden cambiar, otras por temor, pero los más, para evidenciar la beneficencia que emana del amor por los demás.

Acariciamos la esperanza, de que todo cambie para bien en uno de estos días que están llenos de nostalgia y melancolía, días en los cuáles, todo parece igual, porque reina el conformismo y sienta sus reales la apatía, días en los que crece la distancia, entre los días del ayer, cuya única diferencia a los de hoy, la hace un mal que no podemos del todo controlar, pero que se lleva por igual a los que brillan y a los que no, y entonces nos preguntamos: ¿a quién vamos a culpa ahora de nuestro mal?

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