Entre una cauda de figuras conocidas o ignoradas, cimentadas en viejas o nuevas trayectorias, entre militantes históricos y noveles románticos de la política, dentro del PRI en Tamaulipas dos nombres han polarizado los reflectores públicos en este incipiente 2021.
Son los de Oscar Almaraz Smer y Edgar Melhem Salinas.
El primero, ex tricolor y ahora panista, candidato a la diputación federal por el Distrito 5. El segundo, presidente del Comité Directivo Estatal del Revolucionario Institucional.
Vale la pena tratar de analizar los porqués de su preponderancia mediática en ese círculo, dentro del terreno electoral.
Comenzaré por el caso de Oscar, con una pregunta:
¿Por qué tanto encono contra él?
En verdad no entiendo los furibundos ataques a su persona y a sus acciones. Las renuncias a un partido, en este caso al PRI, son pan de un día y de otro también, no sólo en una coyuntura electoral sino en cualquier momento. Cualquiera diría que Oscar es el primero en hacerlo y lo increpan y satanizan con una vehemencia -como decía el añorado maestro Don Alfonso Pesil- digna de mejor causa.
Ninguno de quienes se le adelantaron en el Estado para enredarse en otra bandera partidista, como en el caso de quienes migraron a MORENA, fueron tratados así. Un comentario aquí y otro allá, pero no en el nivel de bajezas hasta personales a que se ha llegado con el ex alcalde victorense. Sufren muchos un dolor ajeno al que no le hallo explicación válida y menos cuando proceden de quienes eran usuales juglares de sus andanzas priístas.
Tal vez la respuesta se esconde tras el balance personal y político de Oscar, quien ha logrado una posición envidiable en los dos terrenos. O tal vez la razón, como me comentaba alguna vez el amigo Francisco González Doria, es una muy conocida: Nadie perdona el éxito ajeno.
Y ahora permítame abordar el caso de Edgar.
Lo diré sin dobleces ni metáforas, a riesgo de que se confunda con lisonja: El riobravense se ha convertido en quizás el mejor líder que ha tenido el PRI estatal en las últimas décadas, al adoptar una postura política que en verdad requiere cariño por su establo.
Que hablen dos hechos, no las interpretaciones. Ahí va el primero:
Melhem prácticamente no ha tocado la honorabilidad personal de quienes dejaron al PRI para uncirse a una carreta con otros colores. Ha centrado sus reacciones en el estricto orden partidista y en la vida pública de quienes fueron sus correligionarios políticos. Ha criticado la deslealtad pero no ha exhibido los motivos de quienes cayeron en ella; ha fustigado la ingratitud, pero no ha increpado a nadie con las etiquetas de ambicioso o falto de escrúpulos.
Creo saber por qué ha actuado de esa manera.
Edgar sabe que de desprestigiar a quienes se fueron estaría confirmando que en el PRI, entre quienes defienden al partido a capa y espada, pululan traidores, ingratos y cirqueros, porque precisamente allí prosperaron todos. Sabrá el Diablo cuántos más de los que aún están dentro se pueden medir con la misma vara que a muchos de los que decidieron partir. Si lanzara metralla verbal, Melhem no le haría mayor daño a los inquilinos que ya migraron, pero sí se lo haría a la casa.
El segundo hecho se refiere a las circunstancias que vive el PRI.
Sin recursos, sin apoyos gubernamentales ni glamorosas adhesiones como las que lo nutrieron durante tantos años como a un niño mimado, el Revolucionario se ha mantenido en pie en el Estado no por la generosidad de sus patriarcas, sino por la dinámica del presidente estatal, que ha recorrido sin pausas a la Entidad pese a una austeridad rayana en la pobreza y sobre las muy severas limitaciones de la pandemia. A ver quien puede desmentir eso.
Y si alguien quiere recordar y reconocer méritos mayores en anteriores dirigentes tricolores, adelante. Sólo les recordaría una vieja y chispeante frase del campo mexicano:
Con agua, pasto y dinero, cualquier buey es ganadero…
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