Para qué mentir, la verdad sí duele. ¿Y por qué tiene que doler? Porque cuando se establece un lazo afectivo, independientemente de los sentimientos que despierta la empatía, la sensación de bienestar, y seguridad entre las personas, la amistad se sella con amor; así es que, si durante tu vida has tenido la fortuna de establecer sólidos lazos afectivos, con un hermano, un amigo, un maestro, ten la seguridad de que si por algún motivo  explicable o no, hoy los separa una distancia, la presencia del dolor es ocasionada por el amor que se le tiene y no sólo por el hecho de haber pasado momentos inolvidables.

Ayer, platicando con Sebastián, mi nieto mayor, en una visita de cortesía que nos hizo a su abuela y a mí, después de haber venido de Querétaro a saludar a su mamá, con motivo del día de la Madre, evidencié en su comunicación no verbal un dejo de nostalgia por estar en estos momentos alejado de su hermano Emiliano; y aunque pareciera que los dos viven en mundos diferentes, y actualmente han adoptado actitudes indiferentes, siguen estando unidos por un lazo invisible de amor filial; aproveché la oportunidad para hablarle de cómo Emiliano, de pequeño, siempre pensaba en él y procuraba compartir todo cuanto le pertenecía, al escuchar esto, Sebastián comentó que ahora que está lejos de su hogar extraña a su hermano, y eso ha motivado el hecho, de que busque convivir con más armonía con su hermano.

Para qué mentir, la verdad sí duele la ausencia de los buenos amigos que ya gozan de la gracia de Dios, y los que estando aún en este mundo se ausentan por diversos motivos, más que por el hecho de que han coincidido en tiempo y espacio con nosotros, desde aquí y donde estén se les recuerda lo mucho que se les extraña.

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