La impunidad en este país transita de norte a sur y viceversa, pareciera que es el mal de todos los males. Que no está lejos de la corrupción ya que una lleva a otra y se complementan. Ambas conductas antisociales encuadran en la misma problemática del hombre y de la sociedad, de estos tiempos propios de la era apocalíptica. Que a su vez, según algunos historiadores y observadores, también es la quinta época del universo, a lo que los políticos y gobernantes denominan el cambio climático. Y del cual están obteniendo relevantes recursos y mantienen bajo zozobra a los ciudadanos del universo.

En los principales círculos de la vida contemporánea campea la impunidad y la corrupción, con un aditamento de cinismo, que no sólo provoca desconcierto y descontento en las nuevas generaciones que se muestran sorprendidas de la herencia que les dejarán sus antecesores.

Sólo son apuntes, pero resulta patético que quien adquirió, construyó e hizo una espantosa casa blanca, es el mismo que impulsa una legislación anticorrupción que a la vez “revoluciona” los códigos morales y legales que rigen el comportamiento de la sociedad contemporánea.

Es el mismo que así como recibió recursos de los ex gobernadores perseguidos, encarcelados y bajo proceso, que han militado en todos los partidos políticos, también apadrino a los diputados y senadores de la cámara federal, lo mismo que en los 32 estados de la República Mexicana.

La impunidad se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Pues son ellos mismo quienes ponen apodo a los que delinquen. Son las instituciones quienes han creado las nuevas formas de corromper a los ciudadanos mexicanos. Sus prácticas electoreras han construido una nueva forma de vivir en este país. Y se ha convertido en un sector más la economía nacional.

Vergonzoso resultó, que durante la visita del deplorable aspirante a la candidatura de Acción Nacional para la Presidencia de la República, Eduardo Moreno Valle, haya exhibido como jefe de escoltas al mismo que desempeño el mismo puesto, con el ex gobernador tamaulipeco Egidio Torre Cantú, después de haberse visto involucrado en crímenes de Estado.

Basta de farsas, dirían el buen amigo Javier Rosales.

Estamos hasta la “eces”, el país vive bajo “regímenes” marcados por el descrédito y el cuestionamiento ante una sociedad, para la que están diseñados los códigos morales, penales, familiares, civiles y mercantiles. Pero que ex culpan a sus representantes políticos, sindicales, de barrio, de planteles educativos. Incluso de organismos religiosos. He ahí los casos de pederastia, los escándalos de la Curia Romana. La muerte de un pontífice que no ha sido esclarecida y por la que la Iglesia católica no ha expiado sus penas.

La impunidad del Estado, porque han sido incapaz de cumplir con los protocolos que establecen las constituciones federal y estatales, en los que el ministerio público, de cualquier fuero, dé fe de los cuerpos sin vida de cada ciudadanos caídos en casi dos décadas de violencia, ya que los cadáveres de los difuntos de la “guerra estúpida” ni siquiera les fueron entregados a sus parientes. Y estos lloraron frente a una fotografía, encendieron cirios y entonaron cánticos con la incertidumbre de que sus parientes pudieran estar con vida. Como dice el Gran Libro, cómo cantar un canto en tierra extraña.

Ahí están las deudas del Estado tamaulipeco y sus ex gobernadores se dan vida de reyes en las zonas exclusivas de las principales metrópolis nacionales y extranjeras. Su capital, que alcanzará a la décima generación de sus descendientes; que ciertamente no heredaron del Abuelo médico charlatán que incurrió en un homicidio en la blanca Mérida y se refugió en tierras cuerudas, para evadir la justicia y forjar un capital basado en el engaño. Porque lo mismo murieron descendientes de hacendados que la prole a consecuencia una simple gripe.