De verdad que es cansado sentir cómo todo lo logrado ayer, se quedó congelado en un tiempo, en el cual, pensaste era justo lo que se necesitaba para seguir marchando sin mayor contratiempo, y cuando se llega al límite de la siguiente etapa, se empieza a sentir la desventaja de no tener a tu lado lo que te hacía vencer todos los obstáculos; seguramente así tenía que ser para crecer y estar a la altura de los nuevos retos del acontecer; pero la verdad, no se espera contar con la amargura de dejar el placer de tener a alguien tan cerca, para que te escuche sin ninguna negativa conjetura o discrepancia. Eso de hablar solo, resulta más complicado, porque el resultado de las cosas no suele tener una respuesta para el que se siente aislado, siempre te lleva al mismo sitio desdichado, donde se lucha para no sentirte culpable de lo que no puede ser. ¡Ah! y luego, no falta quién te llame cobarde, por no atreverte a defender lo que a tu entender es una verdad irrefutable, y aunque no existe la verdad absoluta, al menos te asiste el derecho de expresar lo que a tu haber es el sentir más confiable de tu ser; sí, de aquello que te hace sufrir lo inevitable, por persistir en tu obcecada intensión de hacerte escuchar, aunque nadie te escuche y te hable. De qué te sirve explicar tu sentir, cuando con cada palabra que expresas sale a relucir el culpable que no tiene derecho a un juicio equitativo y saludable; no hay necesidad de confirmar la sentencia, porque ésta se ha de cumplir de manera inevitable, cada vez que se pretenda pedir que se te escuche en forma sentida y amable.
Ahora, se debe tener una salida razonable, tal vez, no sea la más conveniente o más justa para quien, igualmente afectado por el terrible legado de sentirse marginado en lo referente a su sentir, tenga que consentir el quedarse por siempre callado.

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