Todo está dicho…

La lacónica frase podría ser el corolario del tormentoso mar de reflexiones, análisis, conjeturas y hasta sandeces que generó el primer debate de los candidatos a la Presidencia de la República. Parece no haber quedado una sola gota en el tintero.

Y sin embargo –necio que es uno– no puedo sustraerme a exponer mi percepción personal sobre lo sucedido en el Palacio de Minería la noche del domingo apenas pasado.

Sólo daré cuenta, para no cansar de más a quien tenga el tiempo y valor de leer estas líneas, de mi opinión sobre lo sucedido a uno de los protagonistas: José Antonio Meade Kuribreña.
Si me permite, expongo mi visión en forma de una serie de preguntas, aún sobre el riesgo –casi certeza– de ser depositario de una larga cauda de cálidos recordatorios familiares o por lo menos algunos adjetivos escabrosos sobre mi salud mental.

Ahí van:
¿Se percató usted de que nadie de los aspirantes a residir en Los Pinos tachó directamente de corrupto a Pepe Meade?

¿Se dio cuenta de que las acusaciones de corrupción se concentraron en el PRI y en quienes purgan condenas o están prófugos y en forma casi tímida sólo aludieron a una supuesta protección?

¿Observó que ninguno de sus adversarios afirmó que Meade vive fuera de sus posibilidades?

¿Registró que ninguno lo llamó mentiroso en lo que consignó en sus declaraciones “Siete de Siete”?

¿Le quedó claro que tampoco ninguno de ellos cuestionó sus propuestas de gobierno, por cierto las más desglosadas al detalle en el debate?

Tal vez me dormí en algún momento, fui al baño o le hice una visita al refrigerador, pero yo –lo confieso– no vi ni escuché algo de eso.

Curioso, pero revelador.

Como lo percibo, sus oponentes le dieron a Meade, sin querer obviamente y también sin enterarse, la mejor carta de reconocimiento a la honradez y a la óptica de José Antonio como gobernante. Como dice un viejo y sabio refrán: A veces la ausencia pesa mucho más que la presencia.

El balance entonces no parece ser otro: El problema electoral que hoy vive la coalición partidista que encabeza el ex Secretario de Hacienda no se llama Pepe Meade. Se llama PRI. ¡Y resulta que él no es militante de ese partido!

En este escenario me parece que es oportuna, también en mi opinión, una sugerencia:

Cuando vote, por favor no vea al partido. Vea al hombre o vea a la mujer, aunque ésta en el tema que nos ocupa no tenga colores o siglas. Háganos un favor a todos: Mida sus cualidades, valore sus aptitudes, identifique sus fallas, califique su trayectoria y observe su grado de madurez personal y política.

Es sólo una recomendación: No vote a favor o en contra de un partido, porque a final de cuentas no es ese montón de estatutos el que guiará al país, sino una mujer o un hombre de carne y hueso.

Y si hace eso, puede estar tranquilo o tranquila con su conciencia. Tal vez se equivoque o tal vez acierte en que su elección resulte la mejor opción, pero podrá estar seguro o segura de algo vital:

Que votó en el uso de la razón y no en el dominio de la pasión…

LA FRASE DE HOY
“Somos fácilmente engañados por aquellos a quienes amamos…”
Moliere

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