¿Acaso alguno de ellos te da confianza? Me preguntó el tío Tiótimo cuando estábamos a punto de subir a aquella frágil lancha que nos cruzaría a la otra orilla del lago; mientras yo, por segunda ocasión, observé a las dos personas que nos ofrecían sus servicios de lancheros, para trasladarnos al lugar que mi pariente había seleccionado buscando estar en armonía; esto, mientras pasabanlas turbulencias ambientales pronosticadas por analistas especializados en desastres, y la verdad, a mí no me convencía ninguno de los dos, pues entre ellos se disputaban el derecho de poder prestar sus servicios, uno alegando su experiencia, el otro, sus cercanía con el dueño de las pequeñas embarcaciones;tal alegato motivó que el pariente, hombre de pueblo, acostumbrado a desatar nudos difíciles, interviniera para meter paz en aquello que amenazaba con convertirse en un conflicto de dimensiones catastróficas incalculables; entrevistó al que alegaba más experiencia y le preguntó: ¿Cuántas veces has naufragado? ¿Cuántas veces zarpaste a destiempo y la gente llegó tarde a sus compromisos? ¿Cuántos estuvieron a punto de ahogarse cuando tu lancha se hundía? El hombre, tratando de recordar los momentos difíciles de su trayectoria como lanchero, un tanto molesto le dijo al tío: ¿A qué viene tanta pregunta? ¿Se van a subir o no?, mientras esto ocurría, el otro prestador de servicios volteaba para un lado y otro como buscando a alguien, lo que no pasó desapercibido para el tío y en seguida le lanzó una pregunta: ¿Y tú, quéexperiencia tienes? No veo en tus manos los callos de los hombres que mueven continuamente los remos y más cuando van contra corriente, ¿o es acaso que siempre navegas cuando hay buen tiempo? Mire señor, dijo el hombre, a mí no se me ha ahogado nadie, jamás una lancha dirigida por mí se ha hundido. El pariente le respondió: ¿No será porque nunca has navegado? El hombre bajó la cabeza, e iba murmurando para sí: Y tener que aguantar a este tipo de gente, bastante me costó convencer a mi patrón de que yo podía con el trabajo, pero los viejos son muy desconfiados. Mi tío dio por terminada su intervención y me pidió lo acompañara a resguardarnos a la sombra de un buen árbol, que se encontraba a no más de 50 metros del lugar, y ya sentados sobre un par de montículos de piedra que simulaban rústicos asientos, me dijo: Este par no me inspira confianza. ¿Por qué lo dices, tío? Pregunté. Porque a ambos les faltan los principios básicos de integridad y honestidad, ambos son mentirosos, en pocas palabras, no son de confiar, mejor esperemos a que el viento deje de soplar, porque está levantando muchas olas, esperemos a que el agua aclare su turbidez y que el buen juez dictamine a quién le asiste la razón: Pero tío, yo no veo que sople viento alguno, ni que se levanten olas, lejos de la neblina que no nos deja ver con claridad, todo parece estar en calma. Efectivamente sobrino, estamos frente a lo que se llama “Calma Chicha” y es esta una quietud desesperante.
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