Un buen día, me encontraba meditando sobre lo difícil que es ser una persona totalmente bondadosa, y después de analizar algunos de los contados casos de personas buenas que conozco, siempre encontré que no llenaban en su totalidad el requisito, porque privilegiaban algunos aspectos muy personales, que afectaban a terceros, de ahí que su bondad, se veía acotada; entonces llegué a la conclusión, de que se pueden tener buenos sentimientos, pero siempre deberás dejar algo bueno para ti, de otra manera, te podrías olvidar que también tienes derecho a ser feliz.
Cuántas veces nos hemos sacrificado para ver felices a otros. En ocasiones, tal “sacrificio” podría no ser muy significativo, y por ello, resulta fácilmente asimilable, el hecho de darnos a los demás, sintiendo de corazón, que definitivamente, es más grande la satisfacción por el bien otorgado, que la acción de desprenderse de un beneficio propio.
Otras veces, nos resulta sumamente difícil el tener que renunciar a algo muy personal, por considerarlo necesario para mantener nuestra satisfacción existencial, pero, nuestra conciencia nos obliga a reconocer, que la renuncia es indispensable para mantener nuestra paz interior.
Qué difícil es ser bueno, cuando a pesar de tener lo que otros no tienen, no deseamos desprendernos de aquello que otros consideran indispensable para allegarse la tranquilidad de su existencia.
Ahora entiendo mi Señor Jesús, cuando dices: “¿por qué me llamas bueno, teniéndome por puro hombre? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Lc 18:19)
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