Entre la mezquindad y la generosidad existen muchas diferencias, pero tienen como común denominador: El hombre, éste lleva en su naturaleza el poder de hacer cosas buenas o malas, es una decisión personal que puede ser influenciada por diversas variables, mismas que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado, pero, jamás podrán justificar el daño que ocasionan a otras personas cuando se toman malas decisiones.
Lo anterior me era explicado, en una ocasión, por el tío Tiótimo, cuando se le cuestionaba su capacidad para evidenciar sus cualidades como filósofo, a lo que él contestaba, que sí para serlo se necesitara tener un nivel muy superior de conocimientos académicos, probablemente, muchos de los que cuestionan al mundo o utilizan la lógica para esclarecer las dudas sobre el sentido de la vida utilizando la observación, la experimentación o la crítica, quedarían reducidos a replicadores de los primeros filósofos del mundo, como lo fueron: Pitágoras, Tales de Mileto, Heráclito, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes.
De ahí que yo no le discutía esa cualidad, por el contrario, alentaba su valía como tal, considerándome un pupilo suyo, a lo que él, debido a su humildad y nobleza, me decía que no le aprendiera nada que saliera de su lado de maldad, pues como decía Jesucristo “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios” (Mt. 10:18).
La delgada línea donde se toman las decisiones, siempre se verá vulnerada por los valores de quien duda de hacer cosas buenas, y en ello ve la posibilidad de perder oportunidades para beneficiarse, de ahí que, cuando se empieza a promover la figura de algún personaje de nuestra comunidad como posible candidato a obtener un puesto de relevancia en la administración pública, habría que pensar primero, a quien realmente beneficiaría, si a su persona, si a un grupo afín a sus intereses, o realmente representaría el bienestar social como siempre se pregona cuando se anda en campaña.
Difícilmente un liderazgo natural puede alcanzar una posición estratégica para impulsar una corriente verdaderamente democratizadora dentro de un sistema político, algunos sucumben ante la tentación de pasar de ser un miembro de esa gran comunidad necesitada, a ser un miembro de un selecto grupo de necesitados ambiciosos que cada vez necesitan más para llenar el vacío que los impulsó a abandonar sus valores y su humanismo.
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