¿De qué estás hablando? Le dijo la conciencia al corazón. Lo sabes bien, le contestó el corazón, pero no lo dices, porque las ausencias van de la mano del olvido y el olvido es un adhesivo indisoluble que se pega al alma. ¿El alma? acaso tenemos una, replicó la conciencia. Vamos, no finjas, siempre te resistes a reconocer que somos más que materia orgánica. Ah sí, el alma, tienes razón, cómo sería posible tener recuerdos sin la intervención de las emociones, estas son como un lápiz de punta muy fina y afilada, entre más fuerte sea la emoción más profunda es la escritura, tanto, que puede grabar recuerdos en tu estructura muscular, pero claro, tu experimentarás dolor, mientras que te esté recordando porqué lo sufres. Afortunadamente para los dos existe el espíritu, él siempre está interviniendo para que lleguemos a un acuerdo, a mí me pide olvidar y a ti que dejes de sangrar, por la herida que te causa una emoción; pero nuestras discrepancias son tan grandes, que casi nunca nos ponemos de acuerdo para llegar a un estado de armonía. A propósito de ausencias, no entiendo por qué han de persistir en los recuerdos, dijo la conciencia, si tú dejaras de gemir cuando recuerdas lo que se ha marchado, te aseguro que no dejaría huella de su existencia en la memoria, entonces podías ocupar el espacio donde se encuentran las heridas con cicatrices discretas, casi imperceptibles. El corazón replicó, ya vescómo hasta a ti se te hace difícil borrar los recuerdos. Las ausencias son como espinas clavadas en las partes más sensibles de tu ser, espinas que no fueron retiradas cuando había posibilidades de hacerlo, sí, cuando sólo afectaban la superficialidad de los sentimientos y no cuando empezaban a formar parte de la estructura donde se alojaban. Entonces, la conciencia le preguntó al espíritu: ¿Y tú por qué estas tan callado? Porque un día entenderán los dos, que las ausencias no deberían de sufrirse, sino de gozarse, ya que el hecho de recordar a alguien, implica  haberlo amado, de ahí que se habrá cumplido a cabalidad con los principios con que Jesús resumió los mandamientos de Dios: El amor por el Señor y el amor por el prójimo.

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