Cosas del tiempo, la distancia y el olvido;  me decía el Ángel de mi guarda en el sueño de las incertidumbres terrenales, más, mi yo dormido se aventuraba a lo más profundo, al espacio  donde el silencio  es la voz de la conciencia, lugar donde el último rayo de luz exterior sutilmente correrá las ligeras cortinas  de la vigilia, que refleja los esfuerzos de la lucha cotidiana, para que se complete el ciclo que anuncia la llegada de la noche y que al cerrar los ojos, sin remordimiento y sin reproche, facilite la fusión de la oscuridad externa con la oscuridad interna, para dar lugar a la apertura del invisible punto, donde el infinito se asoma, para anunciar el retorno de la luz eterna, que ilumina los escenarios de los fantásticos sueños, tejidos con los anhelos extraviados en el desconsuelo del vacío que no se puede llenar con nada.

Si el amor es eterno, le dije al Ángel custodio de mis desvelos, acaso apura al tiempo de la existencia efímera, de la entidad materializada, que por voluntad divina ocupa un espacio en el universo, no para ser parte del paisaje del paraíso, sino para ser una entidad viva, que exprese su gratitud sincera, siendo de inteligencia creativa, para engrandecer lo que no puede ser más grande, y embellecer lo que ya no puede ser más bello, quedándole sólo como encomienda  el adorar a su Creador, por permitirle ser un humilde servidor de su prójimo a quien debiere de amar como a sí mismo, más no más que a su Padre celestial.

Sí amar es el principio y fin del motivo, para llegar con igual pureza a la eternidad del origen de todo cuanto existe, cuidando al espíritu, es el más grande propósito, pues aquél que lo pierde en la ocasión, siguiendo el mal camino, verá que en la encrucijada de su vida,  le espera el ver cómo sus sueños de grandeza, se convierten en la nada, donde  todo cuanto anhelaba, termina por convertirse en nada, donde el aquí yo se preguntará  y allá quién me espera  si ya no existe ni tiempo, ni distancia, ni espacio para el alma.

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