Era costumbre después de los primeros meses de iniciado el ciclo escolar, que enel Colegio Montessori donde acudían mis hijos, se llevara a cabo lo que llamabansu Open House, donde abrían sus puertas a los padres para que pudiéramos observar de cerca, como se desarrollaba el trabajo cotidiano de los pequeños en medio de un ambiente muy cuidado, que les permitía aprender a través de sus sentidos los diferentes sonidos, colores, texturas, olores y sabores, que les hacían ir incorporando poco a poco el conocimiento de su mundo interior y delque les rodeaba.

Era muy emotivo compartir aquellos momentos, donde podíamos ver cómotrabajaban concentrados haciendo con sus manos, figuras de plastilina que daban vida a lo que su imaginación y creatividad inspiraban, o cómo deslizaban sus dedos sobre diversos tamaños de letras, formas geométricas, o númerosrecortados en los más variados materiales, suaves, ásperos, flexibles, elásticos, manejables o rígidos.

También había un área donde aprendían a lavar sus utensilios al término de su jornada, sintiendo el contacto con el agua y el jabón; aprendían de forma cotidiana a mantener limpias sus zonas de trabajo, con escobas y trapeadores pequeños, que correspondían a la medida de su esfuerzo, limpiaban el polvo y volvían a colocar sus materiales en sus estantes de forma organizada, quedando todo listo para recibirlos al día siguiente.

Poco a poco aprendían a hacerse responsables de esas tareas diminutas que complementaban su educación formal, como parte de una comunidad, donde cada uno contribuía al mantenimiento del orden y el respeto por el espacio del otro.

Podíamos observar un mundo construido especialmente a sus necesidades de aprendizaje, donde decidían con libertad, acorde a sus necesidades emocionales del momento, en que trabajar, pero donde ya se hacía necesario desarrollar habilidades para adaptarse a la dinámica social de la vida adulta.

¿Cómo volver a conectar nuestros sentidos en todo lo que hacemos cotidianamente?, ¿cómo vivir el aquí y ahora?, cómo tomar conciencia de lo que vemos, escuchamos, sentimos, si cada vez con más frecuencia andamos con el piloto automático, olvidamos donde quedaron las cosas, dejamos las tareas a medias por atender otras, tenemos enfrente un sinfín de pendientes. Nos resulta imposible concentrarnos en un objetivo, y nos especializamos en atender mil asuntos a la vez. Se dice ahora, que eso es ser eficiente. Lo dudo.

Para todo tenemos prisa. Ya no hay tiempo para comer y departir con la familia. Rara vez podemos relajarnos y escuchar música y leer un buen libro o disfrutar de una película después de una jornada laboral extenuante, que exige más y más resultados.

Pero en realidad no tenemos conciencia de lo caro que nos resulta pagar el precio por alcanzar el reconocimiento de los demás, por nuestra productividad, por demostrar nuestra suficiencia, por obtener una alta especialidad.

Cada vez estamos más alejados de nuestros sentidos, de nuestras necesidades, distantes de nuestras sensaciones y nos olvidamos del sentido común, de la reacción instintiva, que se ve nublada por el enorme estrés que causa la urgenciade la respuesta inmediata, asertiva y acertada. Prohibido equivocarse.

El cúmulo de emociones vividas durante el día, sin apenas tener noción de ellas, van de la ansiedad, al miedo, a la angustia; la presión social y laboral, apenas dejan lugar para atender lo familiar, quedando relegadas las necesidades más personales. Y hasta las noches las hacemos días, tratando de avanzar lo que no terminamos en la víspera.

Nos hemos olvidado de los beneficios que nos da la práctica de algún deporte o de realizar un poco de ejercicio. De salir a caminar y aspirar el aire de la mañana. De saludar al vecino y convivir con los amigos. Nos hemos vuelto exigentes con nosotros mismos, ante el nivel de competencia que se vive en todas las áreas de nuestro hacer cotidiano, dejando de reconocer nuestros esfuerzos.

Nos sentimos cansados y aparece la falta de motivación. Nos olvidamos de valorar lo que tenemos y agradecer por ello, ignoramos a quienes comparten nuestras horas y nuestros días. Añoramos lo que vivimos en el pasado, o, por el contrario, tenemos los ojos puestos sobre las metas a largo plazo, olvidándonos de vivir y disfrutar el camino que nos separa de ellas.

Me parece absurdo ver que vivimos en un mundo donde se ha desarrollado como nunca antes la ciencia y la tecnología, donde la búsqueda de la abundancia y de la calidad de vida ocupan el centro de los esfuerzos cotidianos del ser humano y sin embargo, darme cuenta que la gran mayoría estamos insatisfechos con lo logrado.

“Ayer es un cheque cancelado; mañana es un pagaré; hoy es el único efectivo que tienes, así que gástalo sabiamente” nos recuerda Kay Lyons, autora contemporánea del betseller The Last Goodbye.

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