La fecha incita al pensamiento que se hace viral y tradicional: “2 de octubre no se olvida”, aunque podríamos ser un poco propositivos y hacer alguna reflexión al respecto.
Cierto, 50 años hace que inició un movimiento que paralizó y avergonzó a México entero, y a cinco décadas nos sigue lastimando, sobre todo, porque hay muchos testigos mudos que siguen viviendo la infamia de aquellos tiempos.
Desaparecidos como los hubo en el caso de Ayotzinapa y otros momentos amargos en la historia de una nación que se quiere levantar y seguir su camino, pero que le está costando mucho trabajo hacerlo por las rémoras que nos empujan a formar comisión tras comisión para “investigar” lo que de todos es sabido, y para llegar al mismo criterio: “nada”.
De eso, los mexicanos estamos hartos, y la verdad es que quisiéramos ya escuchar algo distinto.
Es donde cobra importancia la obra que está a punto de surgir en el seno de la Universidd Autónoma de Tamaulipas, coordinada por el doctor Pedro Alonso Pérez que habla sobre Tlatelolco y la lucha que inició en el año “olímpico”, y que tantos hogares enlutó.
Nos asustamos de lo que sucede con la inseguridad, y somos un poco o mucho fríos y ajenos al dolor de las familias que en aquel entonces vieron correr -literalmente- ríos de sangre de los edificios de Tlatelolco, donde fueron sacrificados como animales en corral muchos que pudieron ser la diferencia entre el México corrupto y lleno de vicios que tenemos y el que quisieron algunos.
No con lo anterior se disculpa para todos los que participaron: hubo, como suele suceder, “buenos” y “malos”, es decir, gente que propició desmanes a diestra y siniestra, y otros que lucharon por una causa que consideraron justa, y que se salió de control al encontrar en el gobierno de aquel entonces una ancha, sólida y fría pared de indiferencia.
Siempre hemos pensado que la comunicación es una de las mejores armas que tiene el ser humano, y cuando ésta no se emplea adecuadamente da pie a una serie de irreflexiones que por lo general llevan anexas grandes dosis de violencia, amargura y aspectos no positivos en nada.
El México 68 cimbra los corazones de muchos de nosotros.
De la obra de Pedro Alonso Pérez hay que rescatar muchas cosas: aunque n conocemos el texto porque está por salir a la luz pública, somos de los que ansiosamente lo esperamos por los testimonios directos de protagonistas de aquellas noches infernales que se vivieron cuando éramos apenas niños y jugábamos fútbol en el camellón de Franklin con los de la vuelta y los otros amigos.
No teníamos la conciencia necesaria para entender qué sucedía en México, quizá porque los canales de información no fueron suficientes y lo poco que circulaba estaba totalmente controlado, a grado tal que en la Hemeroteca no había testimonio de lo que habían publicado los diarios de aquel tiempo.
Vimos “banderas” de periódicos recortadas, mutiladas, como si quisieran esconder una historia que sigue doliendo.
Quisiéramos que ya no dolieran más, y se sigue insistiendo en comisiones de la verdad y en quitar placas de obras que se hicieron en ese tiempo. Nos parece fuera de tiempo, de lugar y de prudencia: la historia, cruel o no, está ahí, y los protagonistas no se podrán cambiar a pesar de que queramos hacerlo.
En nada ayuda el que digamos que el presidente de entonces Gustavo Díaz Ordaz fue el gran responsable, o que Luis Echeverría fue el autor intelectual de la matanza.
Lo que queremos los mexicanos es aprender de nuestros errores. La autoridad debe entender que al pueblo hay que escucharlo, hay que seguir sus directrices, porque, finalmente, ellos son autoridades porque con nuestros votos los pusimos ahí.
Esperamos no se vuelvan a cometer estos bárbaros actos de violencia y de ineptitud gubernamental.
Dios sabe que todos lo deseamos con el corazón.

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