Hace unos días, soñé que me encontraba en un comedor rústico de un pueblo sin nombre, y tenía una gran necesidad de algo que no podía descifrar, y cuando más desesperado estaba y quería salir corriendo de ahí, antes de que me pudiese poner de pie de la silla, una mano generosa me ofrecía una gran pieza de pan de trigo recién horneado, el cual tomé con ambas manos y con buen apetito lo empecé a comer, pero entre más comía el pan, este seguía intacto, y no podía saciar mi hambre, de pronto llegó a mí un hombre de edad mayor, quien se decía aquejado de un dolor indescriptible, y me dijo que la dolencia que lo aquejaba no tenía horario, que lo mismo aparecía de día, que de noche. Conforme narraba su mal, yo lo veía con detalle de pies a cabeza, como si con ello pudiera encontrar evidencia de su padecer, mas no encontraba señal, que se significara como acompañante al síntoma que comentaba, por lo que opté por preguntarle, diera datos más claros; el hombre igualmente me miró y preguntó: Oculto sin duda está, a la vista del ojo humano común, pero igual o más duele, pues es un dolor ingrato y perenne. Al verlo un poco agitado, le puse en su hombro mi mano y con voz serena le dije: Descanse amigo, descanse; él levantó la cabeza apesadumbrado y en tono un tanto desesperado contestó: ¿Descansar? Lo dice como si el reposo fuera la mejor medicina, si algo he probado en la vida, después de recibir esta infame herida, ha sido descansar, pero el descanso, sólo ha traído consigo un sentimiento de soledad. Al escuchar lo anterior, me pregunté, cuál había sido el dolor más grande que en mi vida profesional había conocido, entonces, modulando el tono de voz le pedí señalara el punto preciso donde sentía el dolor; el hombre cerrando el puño, golpeó su pecho del lado del corazón y dijo con voz sollozante: Aquí mismo me duele, pero el dolor va más allá del corazón. Y queriendo acompañar al hombre en su pesar le dije: Sí amigo, ya sé dónde le duele, pero he de decirle que ese dolor no tiene su residencia en el órgano de referencia, sino más allá, como usted dice, suele originarse en la mente, cuando a ésta le damos oportunidad que en automático tome las decisiones que deberían ser sólo tomadas por nuestra voluntad, el origen proviene de un desorden emocional, que le hizo perder el control de la armonía, y con ello, la paz que debe de reinar en su ser. El hombre, al escuchar mi diagnóstico, esbozó una leve sonrisa y dijo: Sin duda es usted médico de profesión, mas tiene como especialidad, seguramente un gran don y este es el poder encontrar el dolor que elude su relación con el dolor corporal, me refiero, al dolor del alma, y ahora dígame que hacer para sanar. Sin titubear le dije: La fe mí estimado amigo, la verdad y la vida se encuentran estrechamente ligadas a un poder que va más allá de la comprensión del hombre normal. Dicho lo anterior, entre los dos reinó un silencio, cerré los ojos, para agradecer a Dios, el beneficio de su Palabra, recordando en ese momento a Jesús diciendo: “Si me amas, apacienta mis ovejas”.
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