Cerré los ojos por un momento, para dejar viajar a la imaginación, de pronto, me vi acostado en una hamaca, que pendÃa de dos troncos tallados finamente, uno de ellos en forma de serpiente, el otro, simulando una antorcha encendida; mi cuerpo estaba colocado de tal manera, que mi cabeza se encontraba ubicada del lado de la serpiente, y mis pies en el extremo que estaba sujeto a la antorcha encendida; el viento tibio de la tarde tenÃa suficiente fuerza para impulsar mi cuerpo, dejando escuchar en cada vaivén, un chirrido emitido por el roce de las cuerdas. ¿Qué hago aquÃ, me dije? ¿Por qué mi pensamiento me trajo a este lugar? Todo parece tan solitario, esta casa de palma perdida en la nada, este interminable llano de tierra salitrosa en donde no crece la hierba, este aire cálido, igual de seco que la tierra ¿Qué hago aquà escuchando el sonido del viento que va de paso? ¿Por qué mi pensamiento me ha traÃdo hasta este solitario espacio en el tiempo? ¿Qué estoy esperando, recostado en esta red con cierta placidez y en aparente calma, tanto como si no tuviera prisa por ir a algún lado? Esperando una respuesta permanecà callado, mientras que la luz del dÃa, poco a poco se iba desvaneciendo y el cielo desesperado cambiaba el azul celeste por un tono de gris tan pálido, como el ánimo que huye desesperado hacia la luz candente del último rayo del sol que se pierde por el occidente, asà como la mariposa nocturna busca la luz del único foco que pende el techado de aquella choza, que esperó paciente tener un inquilino que se sintiera atrapado en los recuerdos.
Por fin una respuesta a la pregunta ¿quién me trajo aquÃ? Me trajo el anhelo simulado de haber estado ahÃ, en lo que hoy es pasado, aquel dÃa en el que se me aisló de cualquier distracción, para que pudiera desarrollar la fusión del espÃritu y la mente
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