En una ocasión me animé a escribir una novela donde narraba la historia de una de las múltiples situaciones difíciles que enfrenta el médico para ayudar a su paciente; conforme avanzaba en la narrativa, le iba mostrando a mi mejor amigo el trabajo literario, en ocasiones veía como se entusiasmaba, en otras, me hacía dudar sobre algunos detalles de lo que exponía; confieso que su opinión era muy importante para mí, a pesar de que no era un profesional de la literatura, se podría decir, que tenía bastos conocimientos de la misma, por  haber sido un insaciable  devorador de novelas, sobre todo  de ciencia ficción, policiacas, terror, históricas y otros géneros; por eso buscaba su aprobación, y cuando disentía de lo escrito, con resignación y respeto aceptaba sus observaciones, recuerdo que en un par de hojas de uno de los capítulos al que denominé “ Yo lo elegí”, el narrador, el Dr. Clarens Lucera, le preguntaba al paciente: ¿Qué te llevó a ese estado de malestar?  El paciente respondió, que en el origen de su enfermedad había varios culpables, argumentando esto en su defensa, porque siempre se presumía inocente y víctima del mal que lo aquejaba, e iniciaba una detallada descripción de las figuras que concebía como causales de la adquisición de su mal, el cual, según decía, databa desde su primera infancia. El Dr. Clarens estaba convencido de que su paciente sí tenía participación en su padecimiento, pero cauto como era con este tipo de pacientes, optó por escuchar su versión; y así fue como sin necesidad de involucrar las características de la personalidad del doliente, éste fue manifestando evidencias de su responsabilidad, en la causalidad de los acontecimientos que directa o indirectamente estaban involucrados. El paciente sin duda era inteligente, el Dr. Clarens , profesional experimentado en  este tipo de casos, sabía de antemano que el paciente lo conduciría por un intrincado laberinto entre verdades a medias y mentiras verdaderas; por eso, cuando el paciente hacía alguna pausa y tardaba en continuar su relato, evidenciaba corporalmente incertidumbre en lo que concebía como su verdad, misma que estaba construyendo cuidadosamente, para no ser descubierto y descalificado por el médico, de ahí que el Dr. insistiera en preguntarle: ¿Qué te llevó a ese estado de malestar? Y era cuando el paciente nuevamente iniciaba a contar la misma versión de los hechos. Habiéndose repetido varias veces el mismo desgastante ejercicio terapéutico, al final, el paciente notablemente cansado y expresando que ya no podía más, contestó: Yo lo elegí. Y el Dr. Clarens, aprovechó ese momento para preguntarle: ¿Por qué ocultas esa verdad? Entonces el paciente respondió: Porque me duele reconocerlo, porque, sí, al principio pretexté mi inocencia, más, cuando ya tuve plena conciencia de lo que me ocurría, no aceptaba el hecho de haber tenido, no una, sino múltiples oportunidades, para decir no a todo aquello que no deseaba sentir y por mi evidente codependencia a personas que, sabiendo que no pensaban igual que yo, representaban una nueva oportunidad para vencer el miedo de no ser aceptado, de no ser amado, de no ser valorado.

En una ocasión me animé a escribir una novela sobre lo difícil que resulta a los médicos, aceptar, que antes de ser pacientes,  los que acuden a nuestra consulta,  son personas, y tenemos que otorgarles un trato digno, para que no vean en ese personaje de bata blanca, a un ser que a su vez oculta sus debilidades, tratando de verse como una autoridad con poder suficiente, como para criticar y juzgar los errores  de los demás y olvidarse que también es una persona y debe considerar humanamente el verdadero origen de los padecimientos de sus semejantes.

Cabe mencionar que no pude concluir la novela, porque tanto mi mejor amigo como yo, entendimos la lección de vida que nos dejaba la misma, desde los primeros capítulos.

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