“En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle” (Mahatma Gandhi).

En la vida siempre estaremos expuestos a sufrir injusticias. ¿Quién no ha pasado por esos trances tan amargos en los cuales se enfrentan los valores? Por un lado, alguien con autoridad que interpreta las leyes a su antojo o que tiene sus propias leyes; por otro, el sujeto que se convertirá en víctima de la infamia, del abuso de autoridad y en ocasiones de la ignorancia y de la apatía del que debiera velar por la justicia y se concreta a dictaminar o abalar sanciones.

Una definición simple de injusticia es: Toda acción contraria a la justicia. En ocasiones, habrán acciones que puedan parecernos intrascendentes, por considerar que el resultado de un juicio, de una situación dada, no conlleva un daño físico de la persona afectada, más bien, podría parecer favorecerlo, olvidando que podría ocurrir otro tipo de daño: el moral. A continuación narro un ejemplo de lo comentado y quedó escrito para siempre  en mi anecdotario personal: Un familiar cercano me hacía ver, cuando niño, que era yo una persona diferente a mis demás hermanos, porque decía que encontraba en mi personalidad, una cimentación de buenos valores como la honradez, el respeto, la responsabilidad y la solidaridad, por ello, me  guardaba un afecto muy especial y procuraba externarlo a propios y extraños. Cuando me fui de Ciudad Victoria para cursar la carrera universitaria en Tampico Tam., la situación económica de mi familia era un tanto precaria, el presupuesto familiar se tenía que repartir para cubrir las necesidades de mis otros 9 hermanos, contando además  los gastos de los servicios generales de manutención de un hogar; desprendiéndose de esa situación, las dificultades por las que atravesé para instalarme en una casa donde al menos, ocho estudiantes, compartíamos los gastos  de renta y servicios  públicos; la alimentación era punto y aparte, así es que yo,  como mis compañeros, tenía que estirar  lo más posible el apoyo económico que me enviaba mi padre para salir bien librado cada mes. Pues bien, el familiar citado, enterándose de mi situación, un buen día decidió enviarme una caja con víveres, la cual recibí con sumo placer, en ella venían galletas finas , dulces, alimentos enlatados y también una carta de mi benefactor en la cual  al inicio externaba los motivos por los cuales me había hecho el tan preciado obsequio, pero al final, mencionaba que todo aquello lo hacía también porque me consideraba una persona llena de virtudes, lo que no podría asegurar  de mis demás hermanos, de inmediato me sentí herido y decidí redactar una carta la cual deposité dentro de la caja que contenían los víveres, la cerré y me dirigí al servicio de paquetería de los transportes para regresarla intacta; un amigo cercano, mi compañero de cuarto me decía: “trágate el orgullo y vamos a saciar el hambre”, pero el hecho de haber insinuado que mis hermanos carecían de los mismo atributos que yo, era una gran ofensa y me causó un gran daño moral.

“Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñitos; porque os hago saber que sus ángeles de guarda en los cielos están siempre viendo la cara de mi Padre celestial” (Mt 18:9)

 

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