En varios pasajes del Evangelio aparecen los fariseos y los otros contrarios a Jesús intentando ponerlo a prueba, para encontrar un pretexto para acusarlo.
En el texto de este domingo, Mt. 22:34-40, un grupo de fariseos se acercan a Jesús, y uno de ellos que era doctor de la ley le pregunta para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”.
Jesús sabe de quién viene la pregunta, de un experto de la ley. Como buen conocedor de las personas, Jesús sabe que éste no le pregunta para saber más, para dialogar o encontrar un criterio decisivo para vivir mejor; sino para tenderle una trampa y poder acusarlo.
Las opiniones de los maestros de aquella época respecto al mandamiento más importante eran muchas veces contradictorias: algunos decían que la observancia del sábado era el más importante, otros que el rechazo al culto idolátrico, otros que la fórmula “lo que no quieras para ti no lo quieras para otro”.
Se tenían catalogados 613 preceptos (entre mandamientos y prohibiciones) deducidos de la ley de Moisés, pero no había acuerdo sobre cuál era el más importante. Los fariseos piensan que Jesús no sabrá cómo responder, que se quedará sin palabras. Sin embargo, son ellos los que quedan atónitos y sin más preguntas.
La respuesta de Jesús no es nueva, recoge dos antiguos preceptos bíblicos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todas tus fuerzas, tomado del libro del Deuteronomio, y Amarás al prójimo como a ti mismo, tomado del libro del Levítico. Lo nuevo de Jesús es su afirmación de la inseparabilidad de los dos preceptos: el segundo mandamiento, el del amor al prójimo, “es semejante al primero”, al del amor de Dios. Y Jesús agrega: “En estos dos mandamiento se fundan toda la ley y los profetas”.
La enseñanza del texto evangélico de este domingo consiste en que la ética cristiana católica no está basada en una complicada lista de preceptos, sino en amar a Dios y a los hermanos sin separar ambos amores, pues ambos se implican y reclaman mutuamente.
Se puede orar con las palabras de la oración de la misa dominical: “Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que merezcamos alcanzar lo que nos prometes, concédenos amar lo que nos mandas”.
Que el amor y la paz del buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.