“Claro está que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos viven” (Lc 20:38)
De pronto, miró fijamente como si mirara a ninguna parte, entonces al ver cómo las lágrimas brotaron generosamente de sus bellos ojos, comprendí que miraba su interior, y le pregunté qué le pasaba, y me contestó, que estaba lavando su alma para que la tristeza se fuera.
Si Dios es un Dios de vivos, ¿por qué nos acosa el desconsuelo cuando recordamos a los que han partido? La mayoría de nosotros decimos que el motivo es porque los extrañamos o extrañamos su presencia física, pero a la vez, surge otra pregunta: ¿Será porque convivimos mucho con ellos o por que no supimos aprovechar el tiempo para estar más cerca? De cualquier forma, el hecho de extrañarlos, nos lleva a pensar que la verdadera razón por la que nos entristece la ausencia de nuestros seres queridos fallecidos, es porque los amamos y ese amor siempre permanece vivo en nuestros corazones, como vivo está el amor que Jesucristo siente por nosotros.
En cada lágrima de amor que derramamos por familiares y amigos que ya partieron de esta vida, diluida entre el agua y la sal, va la esencia primaria de nuestro origen, iluminada por la luz divina que recibimos desde el momento de nuestra concepción. Nada se ha perdido, por el contrario, aquél que se ha marchado, es guiado por el amor de Cristo y nuestro amor, hacia la vida eterna.
¿Cuántas cosas permanecerán ocultas a nuestro entendimiento? ¿Cuántas otras que se han significado por ser una clara evidencia de la existencia de Dios, seguiremos negando? ¿Cuántas más ocurren todos los días ante nuestros ojos, y no las vemos, porque estamos acostumbrados a ver para creer, pero estamos resistiéndonos a creer por lo que sentimos, porque para todo buscamos una explicación palpable de lo que nos ocurre?
Dios ha dejado que su Espíritu Santo reine en nuestros corazones, para que el espíritu nuevo que ha alojado en nuestro cuerpo, alcance la sabiduría necesaria y suficiente para seguir dotando al universo de luz, para que aquello que aparenta ser un infinito espacio desolado y oscuro, alcance la luminosidad que se requiere para develar el gran misterio de su identidad.
Hoy por hoy, Dios tiene mil rostros, seguramente se parece a ti o se parece a mí, como se pareció también a los que se han marchado y se parece a los que están por nacer, pero, en lo que todos somos iguales, es en el amor que siente por nosotros; amor, incluso, que está en aquellos que parecen estar en alguna parte de lo que aparenta ser oscuridad y resulta ser que es sólo falta de luz.
Dios nos ilumine con su sabiduría para que nuestros ojos vean que Él es un Dios de vivos.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com