Un buen día, al despertar por la mañana y antes de evocar el recurrente pensamiento de la queja, motivada por algunos inconvenientes corporales propios de la edad y del ambiente, de esos que suelen intervenir negativamente en nuestra humanidad, para no pasar en armonía y paz, lo que conocemos como una noche feliz, decidí no quejarme más, y mejor pensar en lo afortunado que soy por tener el privilegio de despertar en una cama cálida, suave y espaciosa, junto a mi compañera de toda la vida, mi amante esposa.
Decidí también, aceptarme como culpable de aquello que me causa ese sentimiento de malestar que me confronta, todos los días, con el preciado don de la vida que Dios me ha obsequiado.
Ese bendito día, me levanté sin ninguna prisa, dándole el tiempo suficiente a mi sistema circulatorio para adecuarse a la posición de pie y con ello, evitar sufrir un colapso de consecuencias lamentables; y sintiéndome fuerte y alivianado, más equilibrado que de costumbre, me dirigí al cuarto de baño para mirarme al espejo, dibujando sin pesadumbre, una amable sonrisa; y en esa gran ocasión, dejé de buscar en mi cara signos de imperfección o las huellas que el paso del tiempo nos va dejando sin compasión.
Permití observarme con los ojos mágicos de la pasión de quien tiene la virtud de saberse amado por alguien que no juzga y ve en su creación a una entidad defectuosa e impura, propensa a los quebrantos, promotora de sus propios sufrimientos y evidente fuente de generación de tristezas y lamentos non santos.
Ahí estaba yo, tal cual soy, sin pena ni vergüenza, orgulloso de saberme único e irrepetible, contemplando mi derecho a renunciar a lo que antes consideraba inadmisible por creer que merecía todo, menos ser feliz; me veía pues, hermoso, pero siempre humilde, deseoso de alcanzar el perdón, si pecaba de ruin o vanidoso, fue entonces cuando me dije: Sí puedo, y merezco ser feliz, y por ello, me olvidaré de todo lo que me hace sufrir y no es para mi vida imprescindible.
Un buen día, abandoné para siempre todo aquello que no merecía yo vivir y acepté sufrirlo, para castigarme por todas aquellas culpas que no eran mías y que tanto sufrí.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com