El calor era cada día más intenso, los ríos se secaban y las presas poco a poco bajaban su nivel de almacenamiento y la lluvia ausente, mientras los niños lloraban sin lágrimas, y la naturaleza reclamaba al hombre, su inequitativo e imprudente comportamiento, se confabulaba con otros elementos del ambiente, para cobrarle una cuota a través de la desecación del cuerpo.
Lo anterior fue parte de la introducción de un cuento corto que uno de mis nietos me pidió elaborara para un trabajo escolar que necesitaba, y aludía los efectos del cambio climático, pero al leérselo, el niño me pidió que mejor cambiara de tema, pues lo estaba estresando, de ahí que la intensión dio un giro insospechado, pues no imaginé que las palabras escritas tuvieran ese impacto negativo en el sentir de mi nieto. Al salir de ese trance, le dije que si tenía sed y él asintió con su cabeza, te traeré agua, y me dirigí a la cocina y para mi sorpresa los recipientes que contienen el vital líquido estaban vacíos, me disculpé con el niño y él insistió en que tenía sed, entonces recordé que en el frutero había un par de naranjas y para mi sorpresa estas tenían un sobresaliente aspecto deshidratado, tomé la que se veía menos mal y la aplané con mi puño, comprobando que aún quedaba algo de jugo en el interior, lavé el par de naranjas y las exprimí lo más que pude para obtener su contenido, mismo que cayó con cierta lentitud en el vaso de vidrio que había dispuesto para la recolección del néctar, mientras mi nieto no perdía detalle de todo el procedimiento, observando que sólo se obtuvo un tercio de la capacidad del recipiente, a través del cristal se podía apreciar que el líquido era denso; tomé el vaso y se lo entregué a mi nieto, él se quedó observándolo y me preguntó: ¿En verdad quieres que me tome esto? no tiene buena cara. Si tienes mucha sed, y no hay otro líquido que ofrecerte, puedes tomarlo con confianza, quizá lo sientas un poco concentrado, pero no deja de ser jugo de naranja. Mejor tómalo tu abuelo. Yo no tengo sed, le contesté. Seguramente tienes más sed que yo, pues eres más grande y necesitas más agua, dijo el niño. Yo tomé suficiente agua cuando desperté por la mañana, le contesté. Pero si ya me di cuenta que no hay agua en los botellones, de dónde sacarías agua, refirió mi nieto. A mí me bastó orar y tomar del agua viva que se encuentra en la palabra de Cristo. Entonces mi nieto tomó el vaso con su mano derecha y bebió aquel jugo, que extraje de un par de naranjas que habían sido cortadas del viejo naranjo que está frente a mi casa, precisamente el Domingo de Pascua. Jesucristo está aquí. ¿Crees tú eso?
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