Acompáñame en los momentos, en los que no me sea suficiente el decir de tu boca, ni el escuchar impreciso de tu intensión extraviada.
Acompáñame cuando mi necesidad más sentida, sea el mirar a tus ojos, o el sentir del cálido tacto del roce de nuestras manos dormidas.
Acompáñame cuando extrañe el abrazo de nuestros cuerpos, por la soledad indeseada de la distancia, que siendo corta, resulta ser por la apatía alargada.
Acompáñame cuando las palabras calladas se pierdan en el susurro de una voz más que apagada.
Acompáñame cuando el olvido sea tan frecuente, que al sentir no le encuentre sentido, y el decir ocurrente, se vuelva costumbre por no decir nada.
Acompáñame cuando al paso de la multitud encontrada, sólo sienta el roce del viento que se extravía en la fría cotidianidad esperada.
Acompáñame cuando la almohada se moje por el llanto, que dejó el quebranto de la ausencia anunciada.
Acompáñame cuando en las noches, las sombras dibujen las figuras siniestras que ocasionan los miedos del niño, que aún se esconde bajo las sábanas mojadas.
Acompáñame cuando la fuerza se vea mermada, por el esfuerzo brutal que implica luchar, en una sociedad que se ve fragmentada.
Acompáñame, si igual el tiempo y el cansancio, amenazan con paralizar tus anhelos, a decir no más a los desvelos estériles, por causas perdidas de sueños fallidos.
Acompáñame y sígueme, para que nada ni nadie, pueda hacernos desistir de nuestra fe, porque por más fuerte que parezca la tormenta, al día siguiente vendrá la paz y la calma.
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