Cuando dejas de atender las necesidades más apremiantes de tu prójimo, cuando te haces sordo a su voz, cuando no consideras dentro de tus prioridades el estar pendiente de aquellos que te necesitan, cuando todo te parece una rutina y lo manejas como tal, esperando que la situación empeore o mejore por sí misma; cuando piensas que es suficiente con estar estar cerca y que tu voz se escuche a lo lejos, cuando mides tu esfuerzo lo comparas con los demás; te diré que todo eso no es suficiente.
Si eres familiar, eres amigo o eres un profesional de la salud física, mental o espiritual, seguramente te estarás preguntando si las alusiones te recuerdan los pendientes, o al menos te hacen reflexionar un poco más de lo acostumbrado, sobre la importancia de tu participación para coadyuvar el bienestar de quien no necesita pedirte abiertamente tu ayuda, del que lo manifiesta con insinuaciones o del que padece calladamente por estar impedido para comunicar su dolor y espera que esta se establezca de corazón a corazón para atraer para sí la misericordia de los demás.
Sin duda tenemos muchas cosas que aprender de aquellos que aman con el corazón; y no de los que sólo tienen la intención de hacerlo y su voluntad se traduce sólo en buenos deseos o tal vez en oraciones esporádicas.
Si tomo tus manos entre las mías, si te veo a los ojos y te hablo, si me sientes y me escuchas, yo estoy en ti y tú estás en mí, y mi calor y mi energía es tuyo y así lo sientes y tu corazón rebosa de alegría porque se siente acogido no como una obligación moral, sino porque en realidad es tuyo.
Señor yo conozco tu misericordia y doy testimonio de ella, yo he visto despertar del sueño profundo a los que se durmieron pensando que habían muerto. Yo he visto caminar a los que se sentían inválidos, he escuchado hablar a los que parecían mudos y a mí me ha regresado la vista cuando pensé que era ciego; creo en ti y doy fe de todo esto es obra tuya.

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