El paquete llamado rutina, contiene todo aquello a lo que te has mal acostumbrado, en él encontrarás, una gran parte de tengo prisa, de no pude dormir bien, de ¿a qué sabrá realmente la comida? de ¿por qué se me inflama tanto el intestino?; también podrás hallar el ¿cuándo podré sentir en mi piel cómo resbala el agua que cae de la regadera?; y desde luego, cómo extraño las conversaciones con mis hijos, cómo la mirada de ternura de mi esposa; ¿qué se sentirá poder reposar en un sillón de la sala? ¿Cuándo tendré tiempo de escuchar la música que me agrada?; un poco también de, cómo me gustaría arreglar el jardín. No puede faltar el hoy me hubiera gustado levantarme tarde de la cama; eso y muchas otras cosas que se transforman en nostálgicos anhelos, y nos hacen sentir heridos en el alma, por la pérdida de tantas cosas buenas que están accesibles y las hemos dejado partir por nuestra incomprensible tendencia a querer hacer siempre lo mismo, pensando que con ello estamos ganando nada, y sin discusión, e inevitablemente, se traduce en una perenne sensación de insatisfacción personal, que por cierto, es tan nociva y contagiosa, que afecta a todos los que están cerca de nosotros y alguna vez nos consideraron un buen ejemplo de ser humano, pensando que éramos disciplinados, muy organizados, buenos ejemplos, responsables, justos, equilibrados, y al final, resultamos ser como esas grandes naranjas que están en lo más alto de los árboles y son inaccesibles para poder degustarlas en su mejor momento.
¿A dónde se han ido todas esas cosas sencillas que enriquecen nuestra vida, que son sumamente económicas y prácticas, que en ocasiones nos parecieron una locura, pero que al realizarlas nos generaban una gran alegría, nos llenaban de energía y nos invitaban a seguir disfrutar de nuestra existencia?
Nunca es tarde para romper con nuestras anquilosantes y estresantes rutinas, generadoras de un miedo a vivir, que nos han condenado a tomar precauciones exageradas para disque conservar un buena salud física, sostenida por una limitada economía para vivir al día, que terminan, al final, por deteriorar nuestra salud mental y espiritual.
Empecemos por reírnos de nuestros miedos, escapemos de tantas responsabilidades perniciosas que competen a otras personas y nos hemos adjudicado gratuitamente. Empecemos por apreciar que nuestro tiempo es valioso, es un obsequio de Dios y utilicémoslo para tener una mejor calidad de vida.

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