Identificada como una de las últimas lenguas adoptadas en la cultura de la lengua española, pese a que su origen se remonta siglos atrás, la “Ñ” fue ingresada oficialmente al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en 1803.
Sin embargo, se dice que desde el siglo Vlll, los registros apuntaban ya a la existencia de un sonido que derivó en la adopción del vocablo.
De acuerdo con la BBC, en latín, ni la letra ni el sonido correspondiente a la eñe existían.
“Pero a medida que el latín evolucionó y empezaron a surgir las lenguas románicas, como el castellano, el francés o el italiano, apareció este sonido nasal (el aire sale por la nariz) palatal (al pronunciarlo el dorso de la lengua se apoya contra el paladar) que identificamos como “eñe”’.
Desde el siglo IX, los copistas empezaron a transcribir el sonido de la eñe de tres formas diferentes.
“En un mismo texto podíamos encontrar las tres variaciones fonéticas de la eñe, según la procedencia del copista. No había una norma generalizada”, señaló José J. Gómez Asencio, catedrático de la lengua española en la Universidad de Salamanca, a medios internacionales.
Los escribas que optaban por usar la doble ene (o ene geminada) empezaron a abreviar esta forma, dejando una sola ene y poniendo una vírgula encima (el sombrerito tan característico de la ñ).
Fue hasta el siglo XIII cuando la reforma ortográfica del rey Alfonso X el Sabio, que buscaba establecer las primeras normas del castellano, catalogó a la “ñ” como la mejor forma de pronunciación para el sonido referido. Antonio de Nebrija la incluyó en la gramática de 1492.
Otras culturas que la usan son: grupos en la península Ibérica,cultura gallega, asturiana. En América Latina muchas lenguas indígenas como el mixteco, el zapoteco, el otomí, el quechua, el aymara, el mapuche y el guaraní también cuentan con la eñe.