Matamoros, Tamaulipas. – La noche cayó sobre Matamoros y con ella, la llegada de los primeros deportados. En la penumbra, autobuses y unidades del Instituto Nacional de Migración (INM) se detuvieron frente al refugio improvisado en el estadio antiguo. A bordo, rostros cansados, ojos llenos de incertidumbre y cuerpos que cargaban el peso de un largo viaje de regreso forzado.

El convoy estuvo custodiado por la Secretaría de Marina y la Guardia Nacional, como si se tratara de una operación estratégica. Pero en realidad, la escena fue otra: el regreso de quienes dejaron todo atrás en busca de una oportunidad en Estados Unidos y fueron obligados a empezar de nuevo.

Bienvenidos, pero no libres

Uno a uno, los deportados descendieron en silencio, con maletas raídas y mochilas sobre los hombros. Nadie aplaudió, nadie celebró. Lo primero que escucharon al pisar tierra mexicana fue una advertencia:
“En México son libres, no están detenidos, pero no queremos que salgan”.

Las palabras resonaron con el eco de la desconfianza.
“Matamoros no es una ciudad segura, es primordial que se mantengan aquí”, insistieron las autoridades. La recomendación no fue opcional, sino una advertencia basada en la realidad de la frontera.

Los recién llegados se acomodaron en los espacios asignados. Algunos se sentaron en el suelo, sin hablar. Otros se abrazaron, aferrándose a lo poco que les quedaba: sus familias.

El refugio temporal

Dentro del estadio, las autoridades improvisaron un albergue con colchonetas alineadas en el suelo, mantas y un comedor comunitario. Se les informó que el desayuno sería a las 7:00 a.m., el almuerzo al mediodía y la cena más tarde.

“Mañana les daremos información sobre los programas federales a los que pueden acceder”, les dijeron.

Pero esa noche, pocos pensaron en el futuro.

El cansancio, el miedo y la incertidumbre pesaron más que cualquier plan gubernamental.

El flujo no se detuvo

Apenas una hora después, otro autobús llegó al refugio, también escoltado. Fueron más deportados, otros 200 connacionales que se sumaron a la lista de quienes habían sido expulsados por el endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos.

Las autoridades estimaron que cada día, 200 mexicanos más serían enviados a este refugio temporal, en espera de ser canalizados a sus estados de origen.

La noche avanzó, y con ella, el temor de aquellos que, aunque estaban en casa, se sintieron más lejos que nunca.