Pedro Castillo se levantó el miércoles siendo el presidente constitucional de Perú y a mediodía decidió convertirse en un gobernante autoritario e intentó ejecutar un golpe de Estado, pero acabó la jornada siendo detenido por intento de rebelión en agravio del Estado y compartiendo prisión con otro expresidente golpista: Alberto Fujimori.

Este 7 de diciembre no era un día como otro cualquiera para Castillo: el Congreso peruano había convocado una sesión especial para debatir y votar una moción para su vacancia (destitución) por “permanente incapacidad moral”.

La iniciativa había sido presentada por la oposición y en caso de ser aprobada, lo habría obligado a dejar el cargo apenas una semana después de que la Organización de Estados Americanos (OEA) pidiera a las partes una tregua.

A la debilidad parlamentaria de Castillo, sin mayoría suficiente en un Congreso controlado por la derecha, se unían las seis investigaciones en su contra que lleva a cabo la Fiscalía, todo un récord para un presidente con apenas 15 meses en el cargo.

Cuando el pasado 12 de octubre la Fiscalía peruana denunció constitucionalmente al presidente por corrupción, Castillo reunió a los corresponsales extranjeros para denunciar que se había iniciado “la ejecución de una nueva modalidad de golpe de Estado en el Perú”.

El mandatario se sentía víctima de una “persecución”, pero aseguraba estar dispuesto a “entregar la vida” por el pueblo.

Quizás por eso el miércoles decidió dar un giro de 180 grados a la situación y a mediodía, vestido con un traje azul sobre el que llevaba cruzada la banda presidencial, se dirigió al país mediante un mensaje transmitido en cadena nacional de radio y televisión.

Un Pedro Castillo tembloroso anunciaba en un mensaje leído desde el Palacio de Gobierno el cierre del Parlamento y la formación de un Gobierno de emergencia, junto con la reorganización del sistema judicial y la instauración del toque de queda en todo el país.

La escena recordaba a otra similar ocurrida hace 30 años, cuando el entonces presidente Alberto Fujimori anunciaba en un mensaje a la nación la disolución del Congreso y la toma bajo su control de todos los poderes del Estado.